El futuro del océano está en debate. Y Argentina tiene un rol clave en las decisiones que se están tomando hoy, a nivel global, sobre cómo cuidar los mares sin detener la pesca. En Niza, Francia, en el marco de la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (UNOC3), más de 100 países discuten cómo proteger al menos el 30% de las aguas del planeta antes de 2030 y cómo frenar el avance de la sobrepesca, la pérdida de biodiversidad y la degradación marina.
Argentina ya firmó el Tratado de Alta Mar, un acuerdo histórico que permitiría crear áreas protegidas en zonas oceánicas fuera de las jurisdicciones nacionales. Pero aún no lo ha ratificado y, sin ese paso, el compromiso queda en suspenso. Lo que se juega en estas decisiones no es menor: el acceso futuro a los recursos pesqueros, la salud del ecosistema y el equilibrio entre economía y conservación.

En este contexto, Enric Sala, biólogo marino, explorador de National Geographic y referente global en conservación oceánica, ofrece definiciones que resuenan con fuerza también en nuestro país: “El peor enemigo de la pesca no son las áreas marinas protegidas. El verdadero enemigo es la sobrepesca.”
El biólogo habla con una convicción aplastante. Y la sostiene con datos: “La ciencia ha demostrado que, si protegemos el 30% adecuado del océano, ese 30% no solo se regenera, sino que ayuda a repoblar las zonas adyacentes. Es decir, se pesca más. Hay más vida.”
30×30: una meta global, una responsabilidad nacional
Una de las metas más ambiciosas de la agenda ambiental internacional es el Desafío 30×30: proteger el 30% del océano global antes del 2030. Hoy, apenas el 8% está protegido de forma efectiva.
Para alcanzar ese objetivo no alcanza con firmar tratados: hay que tomar decisiones concretas, desde la planificación de áreas hasta la financiación de su manejo.
“Proteger no es prohibir. No se trata de cerrar el océano. Se trata de identificar las zonas clave para la biodiversidad y para la reproducción de especies, y conservarlas. De esa manera, incluso la pesca mejora”, dice Sala.
El experto sostiene que esta idea debería calar hondo en países donde la pesca es estratégica y el mar es vasto, pero no infinito. Como en Argentina.
“La gente piensa que el océano es tan grande que nunca se va a acabar. Pero ya estamos viendo signos de colapso en muchas partes. No hay industria pesquera sostenible si el ecosistema está en crisis.”
Más allá de las 200 millas, pero también dentro
El Tratado de Alta Mar apunta a conservar la biodiversidad en zonas fuera de las jurisdicciones nacionales. Pero Sala advierte que eso es solo una parte de la historia:
“El 96% de las capturas globales de pescado ocurre dentro de las 200 millas náuticas. Eso significa que la mayor parte del problema, y también de la solución, está dentro de aguas nacionales.”
A propósito de esto, Argentina cuenta con una de las plataformas continentales más ricas del planeta. En ella operan decenas de flotas, con puertos clave como Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, Puerto Madryn, Rawson o Ushuaia. Proteger el mar no es ir en contra de esa actividad, sino garantizar que pueda seguir existiendo.
“No entiendo el miedo de ciertos sectores pesqueros a las áreas protegidas”, dice Sala en un momento del video. “Si hay un lobby que debería estar preocupado, es el de la sobrepesca. Porque están destruyendo el mismo recurso del que viven.”
Plata hay: lo que falta es decisión
Uno de los puntos más contundentes de Sala durante la UNOC3 fue el tema de los subsidios:
“Proteger el 30% del océano costaría unos 15 billones de dólares. Pero hoy, los gobiernos del mundo gastan más de 20 billones por año en subsidiar a la pesca industrial, muchas veces de manera que alimenta la sobrepesca.”
Esa cifra deja en evidencia un desbalance: los Estados están financiando la destrucción del mar más de lo que invertirían en cuidarlo.
“El dinero existe. Lo que falta es voluntad política para usarlo bien. Imaginemos que en lugar de subsidiar el exceso de pesca, redirigimos esos fondos para controlar, monitorear y sostener la conservación. Cambiaría todo.”
Argentina también destina recursos a su sector pesquero. ¿Qué parte de esos fondos podrían orientarse a transiciones sostenibles? ¿Qué rol deben tener las provincias costeras, las universidades, los institutos científicos y las comunidades locales?
Cuentas pendientes
Argentina cuenta con áreas marinas protegidas relevantes —como Namuncurá – Banco Burdwood o Yaganes—, pero aún tiene pendientes normativas claves para su implementación efectiva. También falta avanzar en nuevas figuras de protección, como corredores ecológicos o reservas costeras que ayuden a conectar ecosistemas y sostener especies migratorias.
Pero, sobre todo, falta definir una política oceánica integral, que no sea reactiva ni sectorial, sino anticipatoria. Una política que no enfrente protección y producción, sino que las piense como parte del mismo ecosistema.
“Cada vez que protegimos bien una zona, la pesca mejoró. Es así de claro. No es ideología, es ciencia”, insiste Sala. Y concluye: “Si no actuamos ahora, vamos a perder el océano. Y con él, su pesca, su comida, su belleza, su valor económico, todo”.
Argentina está frente a una oportunidad. Puede ratificar el Tratado de Alta Mar, actualizar sus estrategias de conservación, y empezar a pensar la pesca no solo como extracción, sino como parte de un sistema vivo. Puede mirar el mar como lo que es: una fuente de riqueza, pero también de equilibrio.
Porque si seguimos pescando como si el océano no tuviera límites, un día simplemente no habrá más qué pescar. Y porque cuidar el mar no es un capricho ambiental. Es una necesidad productiva de cara a un futuro sustentable. Fuente: SIN AZUL NO HAY VERDE.-