Marcelo Subiotto: «El universo de la infancia es un motor potente»

El film, que viene de ganar el Oso de Plata en la Berlinale, sigue a una familia nómade cuya hija tiene el don de comunicarse con los animales.

Los tiempos que corren son malos y tristes para el cine argentino. No es novedad, pero el caso de Marcelo Subiotto es llamativo en ese sentido. Con un extenso y excelente currículum en la escena teatral, el actor hace más de veinte años que participa en la gran pantalla, pero justo en el momento de mayor tensión del séptimo arte nacional coincide con el de su mayor reconocimiento. Sin dudas, la bisagra fue Puan, la excelente película de Benjamín Naishtat y María Alché, por la que Subiotto ganó la Concha de Plata al Mejor Actor Protagónico en el Festival de San Sebastián 2023, gracias a una interpretación magistral de un docente en una historia ficcional que, con el diario del lunes, funcionó como anticipatoria del desfinanciamiento de la universidades públicas que generó el actual gobierno nacional. Desde hace una semanas, a Subiotto se lo puede ver en Netflix en la serie de la que habla todo el mundo: El Eternauta, de Bruno Stagnaro, con el rosto de Lucas Herbert, amigo de Juan Salvio, el personaje principal encarnado por Ricardo Darín. Y desde el jueves 3 de julio su rostro será el de Roger en El mensaje, la nueva película de Iván Fund, que viene de ganar el Oso de Plata Premio del Jurado en la Berlinale 2025. La película se estrenará en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.

El mensaje está ambientada en plena crisis económica: Anika (Anika Bootz) -una niña con el don de comunicarse con los animales-, y sus oportunistas tutores, Roger y Myriam (Subiotto y Mara Bestelli), sobreviven ofreciendo consultas con la chica como médium de mascotas, mientras viajan en un pequeño motorhome por los caminos polvorientos del campo argentino. Un negocio sobrenatural, donde lo trascendental vale monedas y el oportunismo roza la verdad. Magia o fraude, el servicio es real y la inocencia, un tesoro.

Subiotto compartió elenco con Bestelli en Piedra noche, también de Fund. «Nos conocemos mucho con Iván, y con todo un equipo de gente con el que después de Piedra noche nos seguimos viendo mucho», explica el actor. «Casi diría que esa película fue el inicio de una relación de amistad grande, así que El mensaje es una película que se vino charlando mucho en muchas mesas, después de cenas compartidas. Casi que no hubo un después de Piedra noche muy separado en el tiempo».

-¿Y cómo viviste todo el reconocimiento a la película en Berlín?

-Fue una experiencia hermosa, primero porque El mensaje es una película que la hicimos muy a pulmón, con los recursos que teníamos, y quisimos hacerla sí o sí porque la situación estaba difícil para hacer una peli. Tomamos la decisión de hacerla con lo que teníamos y, de golpe, que la película se estrenara en el Festival de Berlín fue un reconocimiento a ese esfuerzo. Fue muy gratificante. La recepción allá fue buenísima. De hecho, ganó el tercer premio del jurado.

-El tema de la inocencia de comunicarse con los animales es algo con lo que suelen fantasear todos los chicos. ¿A vos te pasó?

-No particularmente, eso no. Tuve una infancia un poquito más parecida a la de Felipito, de Mafalda (risas). Ese tipo de infancia tuve yo.

-«La infancia es indiscernible del cine. Los dos ofrecen la posibilidad de celebrar el mundo que tenemos enfrente», dijo Iván Fund. ¿Coincidís con eso?

-Sí, Iván también tiene una relación muy especial con la infancia. Ese universo es un motor muy potente y se ve muy reflejado en su cine. Es cierto, como alguien dijo por ahí también, que «la infancia es la patria». Indudablemente, en la infancia hay un montón de territorio y de universo para recorrer, y para resignificar, que genera muchas posibilidades de construir narraciones y narrativas. Así que creo que es un poco por ahí. No sé si tengo yo una relación de ese tipo con la infancia, pero sí es cierto que es el territorio de la inocencia; de la inocencia no por la ingenuidad sino por la posibilidad de ver un mundo desde un lugar absolutamente más amplio y menos restringido.

-¿Y se podría decir que tanto el cine como la infancia tienen que ver con el asombro?

-Entiendo que lo más elemental del humano tiene que ver con el asombro, si entendemos el asombro como una capacidad de estar en el mundo vivo, despierto, con una actitud vital. Ese punto de partida es algo de lo humano, de lo que nos hace humanos, ese asombro frente al mundo, a un mundo que se nos revela como una manifestación que casi nos lleva toda la vida tratar de interpretarla.

-¿Cómo fue el trabajo con Anika Bootz, la hijastra de Iván? ¿Te sorprendió su actuación?

-No me sorprendió su actuación porque la conocemos mucho a Anika y es un personaje divino, una nena hermosa. Sabíamos que iba a estar ahí muy bien en lo que le tocaba hacer, básicamente porque es una nena que se ha criado en un ambiente de cine. Su mamá es cineasta, su padrastro es cineasta, desde chiquita la vemos en los sets. Entonces, hay una familiaridad con ese mundo, y además le encanta la actuación y el cine. Es muy chiquita pero le encanta el cine, así que estuvo medio como un pez en el agua. Y con el tipo de cine que tiene Iván también es ir a pescar esa frescura. No hay nada artificioso ni un efecto de representación en la actuación mucho más allá de esa humanidad que ella presenta en la pantalla.

-¿Qué noción de familia crees que construye la película?

-La noción de la necesidad de familia, una familia a partir de la necesidad, no sólo de los lazos biológicos o no sólo desde lo que una sociedad o la mirada burguesa de una sociedad tiene de la familia. Acá hay unos cuerpos que tienen una existencia un poco nómade, que su dinámica es estar en el tiempo y en el espacio, girando, dando vueltas, buscando, rebuscándola, y me parece que ese contexto arma esta familia. Por eso su forma de vincularse, tal vez para el ojo un poco más burgués es extrañada, pero para esta familia es la que han encontrado.

-¿Y tu personaje es, en términos un poco metafóricos, el que hace el «trabajo sucio» al ser el encargado de negociar y cobrar los honorarios por el servicio de médium de la niña?

-Son una familia que vive en el mundo de esa manera. Si fueran una familia de circo, veríamos que la nena por ahí estaría haciendo un número en un trapecio o en una familia de acróbatas, y alguien saldría a cobrar las entradas. Viven de esa manera. No es un trabajo sucio la forma que tienen ellos de vivir y de estar en el mundo. Roger es un personaje que sabe estar en la periferia de ese vínculo tan potente que es el de Anika y el de Myriam. Y él sabe estar en esa periferia, sabe orbitar ese núcleo, ese vincular, y sabe desde esa órbita cuidar y darle a Anika los momentos que él está con ella, cuidándola, con su forma afectiva, de amor.

-De todos modos, la película articula un poco lo sobrenatural, ese don casi mágico, con lo mercantil, propio de algo más terrenal, ¿no?

-Sí. Tal vez ahí están los universos de la infancia y de la adultez, en esos mismos personajes. Lo que Anika vive en sus experiencias con esos animales y con esos encuentros tiene una forma de manifestarse, y de mostrarse y de vincularse con el mundo. Y la de los adultos es una forma de parar la olla, ¿no? Están un poco más en esa otra, que es la misma olla de la que va a comer Anika también, porque tienen que alimentarla, porque tienen que vestirla, porque tienen que cuidarla a su manera, a su forma.

-¿El mensaje es una película hecha por un adulto pero con la mirada de la infancia?

-Sí, porque Iván tiene esa particularidad, y tiene un ojo artístico muy honesto y muy especial. Su ojo tiene la capacidad de ir hacia un universo de la infancia, no porque sea un niño, no es porque el que habla es un niño, sino que habla aquello que, en la medida en que uno va creciendo va quedando dormido y va quedando olvidado, pero que siempre está ahí.

-Cada vez se te ve más en la gran pantalla. ¿Es un camino que elegiste o se dio naturalmente?

-Se dio naturalmente. Si yo tuviera que decir mi deseo, es el de trabajar, el de actuar y tener personajes que estén buenos de hacer. No es más que eso. Casi diría que es un deseo infantil. No tiene mucho más que eso. Últimamente me ha tocado la suerte de estar en proyectos que están muy buenos y tener una visibilidad. Pero esa visibilidad un día es muy brillante, brilla mucho o se ve mucho, y otro día se ve poco. El tema es cómo uno habita el lugar que le toca, lo otro es un poco aleatorio.

-¿Te sorprende todo lo que está pasando con El Eternauta?

-No sé si me sorprende, aunque sí superó mis expectativas. Pensé que iba a ser una serie que iba a tener su lugar, su popularidad, que iba a ser vista, que se iba a hablar, que a mi juicio estaba buenísima. Ahora, que tenga la repercusión que tuvo, eso sí no me imaginé tanto; sobre todo lo que es fronteras afuera, mensajes que llegan de otros países, noticias que llegan de otros países de cómo va la serie. Eso me sorprendió mucho y creo que todavía no tomo mucha conciencia.

-De algún modo, la serie se convirtió en un fenómeno cultural que trasciende la pantalla, ¿no?

-Totalmente. Eso me parece que es una de las cosas más impactantes que le sucedió a la serie. Y de cualquier evento artístico es lo que más espera uno: que trascienda el lugar donde se organiza determinado discurso, determinado objeto artístico, determinada narrativa, y empiece a ocupar los lugares que le exceden. Y, entonces, que se meta en el cotidiano, en lo real, como un elemento más de charla entre amigos. No sé, vas caminando por la calle y alguien te dijo una frase de El Eternauta que, de golpe, pasa a estar en otro estrato de lo cultural.

-¿Crees que la gente joven se va a sentir estimulada a leer la historieta?

-Sí, porque empieza como pasa con estas cosas, como ha pasado con películas que han funcionado muy bien y que, de golpe, la gente va al libro a leerla. Mucha gente seguramente habrá ido a leer el libro de Tolkien después de El Señor de los Anillos. Y me parece que la historieta además carga con un montón de cosas muy potente porque en el contexto histórico en el que se dio toda la creación de Oesterheld hace que también su obra nos cuente un pedazo del lugar donde vivimos. Así que me parece que sí. De hecho, creo que está pasando eso. No me acuerdo dónde me habían dicho que había subido la cantidad de historietas que habían comprado, como si te dijera que de vender dos revistas pasaron a vender más o menos cincuenta.

-¿Y qué lectura política hacés de la historia de El Eternauta?

-La lectura política que se hace es la de cualquier tipo de secuela de ficción que se une al lugar donde vos vivas en ese momento, la asocies y hagas analogías con eso. Me parece que El Eternauta, en el momento que se está escribiendo, a mediados del siglo XX, está hablando de invasiones, de un imperio, está hablando de una sociedad que se organiza para resistir y para combatir esa invasión. El mundo de la Guerra Fría, de la posguerra, finales de los ’50 y de los ’60. Me parece que cuenta un poquito todo eso. Pero en un orden más de lo mítico, es la historia de un grupo de personas a las que su lugar de vida, sus vínculos, su cotidiano, su sociedad, empiezan a estar amenazados por algo que les es exterior y ellos se organizan para resistir.

-¿Cuál fue la vivencia más fuerte que tuviste en el rodaje?

-Fue un rodaje muy intenso, de muchos meses de trabajo, un rodaje que disfruté mucho porque la verdad es que la experiencia de trabajar con Bruno fue riquísima. Él es un tipo que está cien por ciento dedicado a lo que está filmando, y eso es muy atractivo y muy estimulador. Tuvimos jornadas muy frías, nocturnas, de madrugada. Las del shopping, por ejemplo, que filmábamos cuando el shopping estaba cerrado, fueron jornadas intensas y un poco difíciles. Pero la verdad es que disfruté todas las jornadas. Todas tuvieron su particularidad y su intensidad, y las viví con mucha felicidad. Es un trabajo que voy a recordar por el resto de mi vida.

La situación del Incaa
Política cultural de estado
Consultado si ante el vaciamiento del Incaa las plataformas son una opción para los artistas, Marcelo Subiotto es contundente: «No, frente al vaciamiento del Incaa la única opción es plantarse y pedir que no se vacíe. Esa es la única opción que conozco. Las plataformas son generadoras de contenido que producen a partir de su propia lógica y de sus propias necesidades. El Incaa es un Instituto de Cine que lo que tiene que hacer es fomentar cineastas de la región, gente dedicada a la industria del cine que va realizando sus propias maneras de ver el mundo, sus narrativas, sus lenguajes en un lugar geográfico específico. Entonces, tiene que tener también esa posibilidad federal dentro del país. Hay muchas cosas que no las va a hacer ni tiene por qué hacerlas una plataforma, pero sí que tiene que ser una política cultural de Estado. Y me parece que el Incaa cumple esa función».

-Y en ese sentido, ¿cómo vivís este momento del cine argentino casi paralizado?

-Es muy triste, realmente muy triste. Primero. porque es un cine que tiene una recepción enorme afuera. En cualquier festival de cine que uno tenga la posibilidad de estar encuentra una recepción enorme de lo que se hace en nuestra industria, de mucho respeto y de mucha admiración. Pero lo que más me preocupa no es tanto los cineastas o los actores que ya venimos trabajando (porque de alguna manera nos la vamos a rebuscar), sino que se pierdan esos lugares de fomento de los nuevos cineastas, de las nuevas camadas que salen a hacer sus primeras armas con el cine, que les es mucho más difícil conseguir actores, una productora, alguien que les dé las herramientas para que puedan producir sus primeros largometrajes, sus primeras maneras de mostrarse, sus vidrieras. Ese me parece que es el lugar más potente del Incaa: no solo la producción de la industria, sino también del semillero, de lo que en el futuro será el cine que se viene.

El teatro
Concentración y trabajo
Marcelo Subiotto también está en el unipersonal Los pájaros los lunes a las 20 en el Teatro del Pueblo, hasta mediados de julio. «Después estaremos retornando por noviembre. Es una obra que disfruto mucho y cada tanto podemos la reponemos», confiesa.

-¿Un unipersonal es muy desgastante?

-Es muy desgastante el teatro. Es desgastante en el sentido que es un esfuerzo físico. Para el actor, el teatro es como más deportivo. Esa instancia de presente que tiene es muy fuerte. Requiere mucha concentración y trabajo. Llegar a un espectáculo lleva mucho tiempo de trabajo, de ensayos. Pero es un esfuerzo que yo lo disfruto mucho, lo vivo con mucha alegría.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *