Acceso a un tesoro histórico

El Centro Anne Chapman, que funciona en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, recibió a varias mujeres selk´nam que pudieron oír las voces de sus abuelos registradas por la antropóloga franco americana entre 1964 y 1985 e identificaron personas y lugares en las fotografías tomadas por ella.

USHUAIA.- Después de años de gestiones, la Comunidad Indígena “Rafaela Ishton”, del Pueblo Selk’nam, logró coordinar un encuentro con el Centro Chapman que funciona en la Universidad Nacional de Tierra del Fuego para revisar fotografías y escuchar las grabaciones sonoras realizadas por Anne Chapman entre 1964 y 1985, como Lola Kiepja, Enriqueta Varela, Rafaela Ishton y Segundo Arteaga.

El Centro Chapman de la UNTDF fue creado en el año 2018, a instancias de la Dra. Estela Mansur, para poder recibir un conjunto documental donado por la antropóloga franco-norteamericana Anne Chapman. Este acervo documental era el fruto de un trabajo profesional de muchos años junto a las comunidades selk’nam y yagan, y fue su voluntad que el mismo volviera a Tierra del Fuego después de su muerte. Así fue que dejó en herencia todo su legado académico a la Fundación Ushuaia XXI para que ésta se encargara de dejar los materiales en una institución que pueda ofrecer las mejores garantías de resguardo, en un Centro de Documentación, y que asegure el acceso a las comunidades de pueblos originarios e investigadores interesados.

Las mujeres selk´nam pudieron oír las voces de sus abuelos registradas hace décadas.

Durante el encuentro realizado la semana pasada en la UNTDF, las mujeres selk’nam -familiares directas de aquellas entrevistadas por Chapman- compartieron recuerdos familiares y comunitarios, aportaron testimonios y sumaron información al identificar personas y lugares presentes en el archivo fotográfico.

Asimismo, surgieron interrogantes acerca de cómo garantizar el acceso adecuado a este valioso material.

Desde la comunidad indígena destacaron que “en este tipo de espacios reflexionamos sobre cómo armonizar lo personal, lo familiar, lo comunitario y lo social. Por ello, las familias de la comunidad definirán, mediante acuerdos colectivos, las políticas de acceso a estas fotografías y grabaciones sonoras”.

La antropóloga Social Ana Cecilia Gerrard, quien esdocente investigadora de la UNTDF y coordinadora de la Cátedra Libre de Pueblos Originarios de esa casa de altos estudios, describió este evento como “un reencuentro con historias que habían quedado atrapadas en categorías académicas”.

El encuentro se hizo posible después de años de reclamos, insistencia y construcción colectiva de la Comunidad Selk’nam.

El Sureño: ¿Cómo llegó el legado de Anne Chapman a la universidad y qué gestiones hizo la comunidad para acceder a él?

Cecilia Gerrard: El legado de Anne Chapman llegó a la UNTDF en el 2018, a partir de las gestiones que realizó Estela Mansur durante varios años para que los materiales pudieran radicarse en Tierra del Fuego.

Una vez ingresado a la universidad, el archivo permaneció prácticamente sin movimiento hasta 2021. Fue entonces cuando Miguel Pantoja, integrante de la Comunidad Rafaela Ishton, realizó un reclamo público de consulta previa, libre e informada para acceder a los documentos. Ese reclamo no partió de una lógica administrativa, sino de algo más profundo, de la pregunta ética y política por quién tiene derecho a interpretar y decidir sobre un archivo que contiene historias familiares, territoriales y espirituales del pueblo selk’nam y el pueblo yagan.

A partir de ese reclamo se produjeron debates internos en la universidad sobre el estatuto mismo del archivo. Entonces, mientras que algunos lo concebían como un archivo estrictamente científico, otros -entre ellos la Cátedra Libre de Pueblos Originarios- señalamos que se trata de un archivo coproducido, cuyo acceso y uso no pueden quedar restringidos a los marcos académicos. Para las comunidades, el archivo no es solo un conjunto de documentos; es una parte viva de su memoria política y afectiva. Ese derecho de acceso fue planteado desde el inicio por Pantoja y otros intelectuales indígenas, y es lo que permitió que el proceso actual exista.

¿Cómo se gestó este momento de encuentro tan único?

El encuentro no surgió de un gesto aislado, sino de años de reclamos, insistencia y construcción colectiva. Desde 2021, la Comunidad Selk’nam venía señalando la necesidad de acceder al material en sus propios términos. Paralelamente, quienes investigamos sobre archivos y trayectorias indígenas insistimos en que la universidad debía abrir una reflexión más profunda para pensar qué es ese archivo y sobre la importancia de la consulta.

Para las comunidades, el archivo no es solo un conjunto de documentos; es una parte viva de su memoria política y afectiva.

La llegada reciente de esta comunidad al encuentro con esos materiales -donde pudieron ver fotografías, escuchar grabaciones y reconocer a sus abuelos y abuelas- es un acontecimiento político y afectivo. Es un reencuentro con historias que habían quedado atrapadas en categorías académicas, muchas veces bajo la retórica de la extinción que Chapman, como otros etnógrafos clásicos, ayudó a consolidar.

En este tipo de encuentros, los archivos circulan en un marco donde las subjetividades, duelos, afectos e interpretaciones indígenas tienen un lugar propio, sin estar subordinadas a la mirada universitaria. Eso transforma el sentido del archivo, que deja de ser un repositorio cerrado y se vuelve una experiencia compartida, situada y políticamente significativa.

¿Qué representó para vos particularmente y para la comunidad científica de la universidad?

Para mí, todo este proceso confirma algo que vengo trabajando en mis investigaciones, y es que los archivos no son neutros. Ordenan, clasifican y producen efectos sobre quienes son nombrados, fotografiados o grabados en ellos. Cuando una comunidad se reencuentra con ese registro, lo que ocurre no es solo un acto de lectura, sino que es un proceso de reparación, de elaboración histórica y de fortalecimiento comunitario.

A nivel personal fue muy movilizador acompañar ese proceso, siempre desde un lugar crítico, sin idealizar al archivo ni a la antropología clásica, pero reconociendo su importancia ambivalente. Chapman permite reconstruir memorias familiares y vínculos territoriales profundamente dañados por el colonialismo, pero lo hace desde categorías -como la idea del “último” o la “última”, entre otras- que hoy requieren ser repensadas desde perspectivas indígenas emancipatorias.

Para la comunidad académica de la UNTDF, creo que representa una oportunidad y una interpelación para repensar los modos en que la universidad gestiona archivos etnográficos y produce conocimiento sobre los pueblos indígenas. No se trata solo de abrir cajas o digitalizar; se trata de permitir que otros modos de interpretar, sentir y politizar esos archivos entren en diálogo real con la academia.

¿Cómo sigue este proceso? ¿La comunidad reclama derechos sobre ese patrimonio cultural?

Las comunidades han señalado con claridad que este archivo forma parte de su patrimonio histórico, cultural y afectivo, y que por eso reclama derechos de acceso, interpretación y decisión. Pero no se trata únicamente de derechos de “propiedad” en un sentido legal, se trata de relaciones, memorias e historias familiares que exceden la lógica archivística occidental.

Lo que viene ahora, o lo que debería venir, es una etapa de discusión más profunda. En primer lugar, un protocolo real de consulta previa, no formalista ni fragmentado, sino participativo y reflexivo, que dé lugar a las diversas perspectivas selk’nam y yagan sobre el archivo. También es necesario discutir los criterios de catalogación desde perspectivas indígenas; pensar la devolución material y simbólica de ciertos documentos, cuando así lo soliciten las familias; y diseñar marcos de cogestión o custodia compartida que no reproduzcan jerarquías coloniales dentro de la institución.

Esto implica reconocer que hay diferentes ontologías del archivo, es decir, para algunos es un archivo científico que contiene datos de un pasado a ser conservado; para otros, un archivo del pueblo selk’nam o yagan, que permite narrarse y reencontrarse; para mí, como antropóloga, se trata de un archivo coproducido, donde la voz indígena es constitutiva y debe tener un lugar protagónico. El desafío institucional es asumir que los archivos no se transforman solo con digitalización, exhibiciones o encuentros aislados, sino con cambios en los modos de relación, de autoridad, de escucha y de decisión. Y ese camino recién empieza.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *