Hay una ciudad argentina que tiene una gran fama gracias a sus chocolates y lagos, pero que pocos conocen a fondo aquellos detalles que su historia guarda. Detrás de los escenarios que ofrece Bariloche a lo largo del año, se esconden anécdotas que explican cómo este rincón de la Patagonia argentina se transformó en el destino elegido por los argentinos en la actualidad.
El nombre que nadie pronuncia igual
El nombre oficial de la ciudad es San Carlos de Bariloche, aunque casi nadie lo usa con esa forma completa. «Bariloche» viene del mapuche «Vuriloche», que significa «gente del cerro que está atrás» o «pueblo detrás de la montaña», dependiendo de la traducción. Esta fue la denominación con la que se fundó en mayo de 1902, cuando todavía era un paraje remoto al que llegaban principalmente colonos chilenos cruzando la cordillera.
Un comerciante alemán radicado en Chile, Carlos Wiederhold, fue el encargado de establecer en 1895 el primer negocio formal de la zona. Su almacén no solo vendía mercadería, sino que funcionaba como punto de encuentro, oficina de correos informal y hasta banco improvisado para los pobladores dispersos por la región.
De refugio militar a paraíso turístico
El Parque Nacional Nahuel Huapi, creado en 1934, fue el primer parque nacional argentino. Pero su historia arranca antes: en 1903, Francisco Pascasio Moreno (el Perito Moreno) donó tres leguas cuadradas de tierras fiscales que había recibido como reconocimiento por su trabajo en la demarcación de límites con Chile. Esas 7.500 hectáreas se convirtieron en 1922 en el Parque Nacional del Sur, semilla del sistema de parques nacionales del país.
Durante las primeras décadas del siglo XX, la zona tenía importancia estratégica militar. El gobierno argentino veía con preocupación la cantidad de población de origen chileno en la región y promovió la llegada de inmigrantes europeos para «argentinizar» la Patagonia. De ahí viene esa mezcla arquitectónica que combina estilos alpinos con construcciones de madera típicas de la frontera. Para conocer estos rincones históricos de primera mano, organizar el viaje es el primer paso. La mejor forma es consultar en la web sobre pasajes a Bariloche para poder planificar esa escapada patagónica sin complicaciones.

Chocolate: tradición europea con sabor argentino
La llegada de inmigrantes italianos y suizos permitió la instalación de las chocolaterías en la zona durante las décadas de 1940 y 1950. Aldo Fenoglio, un piamontés que se instaló en 1947, fue pionero en la fabricación artesanal. Le siguieron otras familias europeas que trajeron recetas centenarias y las adaptaron al paladar local, usando más dulce de leche y frambuesas patagónicas.
Hoy Bariloche produce más de 2.000 toneladas anuales de chocolate artesanal. La Avenida Mitre, esa calle comercial donde se amontonan las chocolaterías, se convirtió en peregrinación obligada para turistas que vuelven cargados de tabletas, bombones y ramas rellenas.
La invasión pacífica de egresados
El fenómeno del viaje de egresados masivo a Bariloche empezó en la década de 1950, cuando algunos colegios porteños comenzaron a organizar excursiones de fin de curso. Lo que arrancó como una tradición de escuelas privadas se democratizó en los 70, convirtiéndose en ese rito de paso que marca a varias generaciones de argentinos.
Cada año llegan alrededor de 150.000 estudiantes de todo el país. Durante los meses de agosto, septiembre y octubre, la ciudad se transforma: hoteles llenos, boliches repletos y los buzos de colores invadiendo cada rincón. Muchos locales se sostienen económicamente del turismo estudiantil.


