Diana es de Medellín, Colombia. Ella y su esposo, tenían planes de quedarse solo cuatro meses en Argentina, pero las vueltas de la vida, los hicieron quedarse una y otra vez. Hoy, esta mujer alegre y decidida, cuenta cómo es su historia.
RÍO GRANDE.- La historia de Diana, es de varias idas y vueltas. Ella es colombiana, de la ciudad de Medellín, conocida por su exportación mundial de café y flores. Según ella misma cuenta, siempre se había sentido atraída por la cultura argentina. A pesar, que los porteños en Colombia son catalogados de altaneros, engreídos.
“Mi mejor amiga de la adolescencia era argentina, así que a mí eso no me afectaba. Mi papá, además, adoraba el tango. De hecho, tenía una colección, trabajó en radio toda la vida. Era jefe de control de grabación de radionovelas, y tenía enormes colecciones de long plays, y todo lo que era argentino tenía una rayita roja, abajo. El nombre del disco el cantante, y si era tango o milonga. También en su momento, fue bastante interesante para mí la ópera de Evita “No llores por mí Argentina” cantada por Paloma San Basilio”, comenta Diana.
Conoció a su esposo en un pub, colombiano, a través de un amigo de muchos años, las casualidades se seguían dando. Él era argentino, y se dedicaba a vender productos de forma internacional, exportando e importando de un país a otro. Diana, además, reconoce que, por él, se hizo hincha del Club Atlético Independiente: “Mi esposo, era muy amigo del Zurdo López, que era el director técnico de independiente, que fue el primer equipo que trajo jugadores colombianos a jugar al fútbol”.
Llegaron a Argentina en septiembre del año ‘97. Los planes eran quedarse por cuatro meses en Mendoza: “Él tenía un negocio de importación para Argentina de pulpa de fruta tropical -explica Diana-. Queríamos ensayar durante cuatro meses, importar a Argentina eso y exportar para Colombia lo que era durazno, y sidra que allá se conoce como vino, y gusta mucho pero no hay como comprarlo”.
Debido a regulaciones de comercio internacional, el negocio no prosperó. Sin embargo, un proyecto mucho más importante, sí había resultado. Diana estaba embarazada.
“Ya decidíamos volvernos embarazados de nuestro primer hijo juntos… pero cuando el de arriba decide cómo se van a dar las cosas… a veces uno tiene la voluntad de programar cómo va a ser su destino, pero cuando se mete algo de arriba, no hay barranco”, comenta Diana.
El embarazo era de alto riesgo, así que la familia tuvo que ir postergando su viaje y se quedó por más tiempo en Mendoza. Luego llegó la una oportunidad de negocios en Tierra del fuego, y el esposo de Diana vino a Tierra del Fuego a trabajar: “Entonces él se viene para acá, y yo me quedo en Mendoza para cuidar mi embarazo. Finalmente, a los siete meses el médico me autoriza a viajar acá, porque mi esposo quería ver nacer a su hijo”, cuenta la colombiana.
Esta vez, el trato era quedarse en Río Grande hasta que el niño naciera. Luego, hicieron un nuevo plan: “Yo soy contadora, y quedamos que, si yo no conseguía algo en mi trabajo, nos íbamos. Si no esperábamos, para poder disfrutar al nene, que no sea tan chiquito. Conseguí trabajo, en Rapiflet, por un año”.
Después de un año la familia conoció a la contadora del grupo Apex, y Eduardo Vargas, la contrató como contadora. Trabajó con ellos por once años, y el viaje una vez más, se postergó.
“En ese ínterin yo fui a Colombia, en el 2000 -recuerda Diana- Colombia estaba muy crítico. El tema de la guerrilla, hasta me quisieron robar a mi hijo en el Aeropuerto de Bogotá. Entonces me dio miedo y volví, después ya siempre era un ‘quedémonos un poco más’. Vino a vivir con nosotros el hijo mayor de mi esposo, y le gustó, se arraigó. En el 2001 nos quisimos ir pero ellos no querían moverse de acá, los dos chicos. Mi esposo sí quería mudarse a Colombia, y yo no tanto”.
En cuanto a sus motivos para poder adaptarse y aprovechar las oportunidades, Diana explica por qué cree que fue posible alcanzar tantas metas personales y familiares: “Uno viene de afuera, no tiene demasiados vicios, o contaminaciones, y entonces viene con otra cara para afrontar la vida que tiene por delante. Es como que uno se dedica a trabajar, a mirar y a buscar alternativas. Yo creo que todos los que vinimos acá, vinimos a buscar algo mejor”, explica Diana.
En cuanto a los trámites, para obtener la radicación, Diana recuerda algunas adversidades: “Para mí fue difícil, porque hasta el 2004 no se firmó el convenio con La Haya. Yo al estar casada con un argentino, para mí quizá fue más accesible. Y haber tenido un hijo argentino también me dio la residencia. Después de la firma del convenio con La Haya, es más fácil. Hacer la documentación los trámites y todo, pero cuando yo vine si era más difícil, más engorroso el trámite”.
Cuando esta colombiana-fueguina imagina qué hubiera sido de su vida si volvían a Colombia, no puede estar segura de cuál sería el resultado: “Nosotros trabajábamos allá, pero por ejemplo mi hermano que es contador también, tiene un buen trabajo, pero está ganando lo mismo que se ganaba 30 años atrás. Entonces es cierto que es mucho más barato el nivel de vida, pero también el problema es la brecha entre el salario mínimo, y el profesional, entonces de pronto, por más que está trabajando en una empresa, no hay mucha diferencia”, reconoce.
Hoy Diana, vive con su hijo, que está a punto de cumplir 18 años. La mayor parte de su familia, fue trasladándose a Argentina. Algunos a Tierra del Fuego y otros a diferentes lugares. En resumen, Diana confiesa: “Éstos últimos, han sido días duros, porque justo hace poco se cumplieron cinco años de la muerte mi esposo, y hubiéramos cumplido 21 años de casados el primero de septiembre. Pero hay que seguir para adelante, tengo un chico de 18 años aquí, y tengo que enseñarle que hay que seguir para adelante, yo siempre digo que, para atrás, ni para coger impulso… No sé qué te puedo decir, si yo te contara todo lo que hemos pasado con mi marido, hay cosas que son para reír y cosas que son para llorar, pero siempre trabajar, y trabajar, y seguir adelante”, concluye con esperanza.