En un mundo donde la seguridad alimentaria y el cuidado ambiental tienen aspectos en común, los envases plásticos son una herramienta esencial y su gestión posconsumo es clave.
BUENOS AIRES.- Como cada 29 de septiembre, el Día Mundial de la Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos invita a reflexionar sobre un contexto global donde más de 1000 millones de toneladas de comida terminan en la basura cada año, según la ONU.

Este fenómeno no solo significa pérdidas económicas y un desafío social, sino también un fuerte impacto ambiental: se calcula que el desperdicio de alimentos es responsable de alrededor del 10% de las emisiones globales de efecto invernadero según la FAO.
En ese marco, los envases plásticos tienen un rol estratégico en la preservación de los alimentos, la reducción de pérdidas de recursos y la seguridad sanitaria.
Ecoplas, asociación civil especializada concientiza sobre este aspecto muchas veces desconocido sobre los envases plásticos. “En Argentina, casi la mitad de la producción de plásticos -un 45%- se destina a envases que protegen a los productos tan cotidianos como alimentos, bebidas o medicamentos para que lleguen en óptimas condiciones de higiene y salubridad a millones de consumidores. Actúan como barrera del calor, la luz, el aire y los microorganismos, y son los que aseguran que lleguen desde la góndola a los hogares con su sabor, valor nutricional y seguridad originales, tal como lo exige el Código Alimentario Argentino y las normativas de Mercosur”, destacó Verónica Ramos, directora Ejecutiva de Ecoplas.
Varias razones
¿Por qué el envase plástico es un aliado contra el desperdicio?
Escudo protector: para los productos en toda la cadena de producción, distribución y consumo. Permitiendo su traslado seguro. Actúan como una segunda piel al preservar los alimentos en heladeras y alacenas por más tiempo. Esto beneficia su aprovechamiento y evita que se pudran y que se genere desperdicio de alimentos. Teniendo en cuenta que los residuos húmedos representan la mayor fracción de basura que se destina a enterramiento en los rellenos sanitarios, que producen metano (CH₄), un gas de efecto invernadero 80 veces más potente que el CO₂.
A la medida: Permite fraccionar productos, adaptándose al tamaño de las familias y reduciendo sobras.
Prácticos y seguros: Ideales para almacenar comida cocinada, son inertes, higiénicos y su transparencia permite ver el contenido sin manipularlo.
Eficiencia con menos: Al ser livianos, reducen la huella de carbono en el transporte comparado a otros materiales, lo que los hace ecoeficientes en la logística.
La oportunidad circular
La pregunta crucial no es solo cómo conservamos los alimentos, sino qué hacemos con el envase después de usarlo. El posconsumo es el eslabón que debemos fortalecer. En este sentido, la tercera edición del Estudio de Ecoplas y Opinaia revela que los argentinos ya tienen conciencia sustentable: el 63% se interesa por el destino final de los productos que usa, y el 44% reconoce el potencial de reciclaje de los plásticos.
“Esto muestra una comprensión clara de que el camino a seguir es la economía circular”, agregó Ramos. La misión ahora es traducir esa conciencia en hábitos consistentes de separación y reciclaje, y en políticas que amplíen la infraestructura de recuperación.
“En la lucha contra el desperdicio de alimentos, el enemigo no es el plástico, sino el mal manejo de sus residuos”, sostuvo Ramos y sentenció: “Los envases plásticos son aliados indispensables al evitar que toneladas de comida se conviertan en basura. El verdadero desafío es cerrar el círculo: necesitamos que cada envase, después de cumplir su función, se reintegre a la cadena productiva a través del reciclaje. La conciencia está; ahora debemos transformarla en acción masiva y en infraestructura”.