“Quiero agradecerle a Río Grande que me hayan ayudado a crecer”

El padre Juan Carlos junto a Lassie, a días de su regreso a Buenos Aires.

Siempre alegre, a veces ajeno a las formalidades, el padre Juan Carlos, que se va esta semana de regreso a Buenos Aires, dejará entre los integrantes de la Sagrada Familia, una impronta difícil de olvidar.

RIO GRANDE.- Las personas que conocen al padre Juan Carlos en seguida notan que no es cura cualquiera. Sus misas son alegres, y tiene una llegada especial con los niños y adolescentes y utiliza todas las herramientas posibles para llegar a los feligreses con el Evangelio.

Juan Carlos Bouzou llegó a Río Grande desde la diócesis de Mercedes, en Luján provincia de Buenos Aires. Vino primero por dos años, con un fuerte deseo de trabajar en el sur del país, y se quedó dos años en Río Gallegos, y cinco en Río Grande.

“Me encontré con una comunidad linda, activa. Quizás se ha acrecentado más el número de catequistas, los sacramentos, casamientos, bautismos. Porque yo los animo a que den ese paso, que muchas veces están ahí, como dudosos, y no hay que dejar pasar el tiempo. Porque el tiempo de gracia es hoy”, manifestó el sacerdote católico.

La vocación

“Yo tenía seis años, aunque en principio, no estaba tan claro”, recordó Juan Carlos. Siempre fue católico, pero en su Tucumán natal también participaba cuando era niño, en una escuelita dominical de un culto evangélico; “un día cuando llegué a mi casa, y le dije a mi mamá ‘cuando sea grande, quiero ser pastor’… Y crecí un poco con eso. Con los años, vine a Buenos Aires, y estudiaba psicología en la UBA, trabajaba y estudiaba, y como que me aparté un poquito de la religión en general, aunque la vocación siempre estuvo. Tenía 28 años cuando ingresé al seminario, estudié siete años, y me ordené a los 35. Cuando me fui a Luján ahí me quedé”, relató Juan Carlos.

Para Bouzou, es importante enfatizar el hecho de vivir de forma activa la fe de cada persona: “A mí me parece que vos cuando estás enamorada o enamorado, de lo lindo que es el amor. Y me parece que faltaría más de eso, de enamorarnos más de Jesús, del Espíritu Santo, del amor que Dios nos tiene. Y a veces ni siquiera hace falta decirlo, pero sí actuar. Ser fiel, en el matrimonio, con los hijos, en el trabajo ser responsable. Ser fiel en la sociedad, respetuoso. Suena un poco idealisata, pero uno tiene que empezar por uno”, dijo.

 

Ver milagros

Juan Carlos asegura que se ve milagros todos los días; “hay que pensar qué entendemos por milagros. He visto mucha acción de Dios en la vida de las personas. Pero no cosas extraordinarias, las cosas sencillas y cotidianas de la vida. La gente a veces espera que ocurran cosas exraordinarias, que caiga un rayo, y que pase no sé qué cosa, y no. Dios es más sencillo que nosotros. Nosotros somos altaneros, soberbios, y queremos las cosas grandes. Dios es lo pequeño, lo simple, y ahí está su grandeza, en lo sencillo y lo simple”, destacó.

Al irse, asegura que no tiene planes o proyectos, sino la disposición de llegar a servir a la comunidad que le toque, “Funcionaré como están funcionando, haré las cosas que están haciendo, acompañaré, y después iré poniendo mi impronta. Porque reconozco, que tengo para aportar, tengo virtudes, dones, como tengo falencias. Pero al momento de llegar, de caminar soy mucho de encomendarme al Espíritu Santo, que ya tiene preparado ese terreno, y Él me lo irá mostrando en el caminar qué hace falta hacer”, reconoció.

Volver a Buenos Aires

Luego de cinco años en Río Grande, Juan Carlos se convirtió en una parte importante de la sociedad: reconocido como personalidad destacada, capellán del Hospital Regional de Río Grande, y querido aún en las comunidades de otros credos religiosos, Juan Carlos, reconoce que aún con la comodidad que siente, es hora de emprender el regreso a su diócesis: “La verdad que no me apena volver, porque yo creo que es parte del caminar cotidiano. Tendría que decir lo mismo de cuando vine de Gallegos para acá, de Luján a Gallegos, cuando estuve en Mercedes en la catedral, en Chivilcoy. Cada comunidad, ha tenido su riqueza. Yo tengo que tener muy claro que soy un misionero, y mi lugar en el mundo es ministerio. Conozco Barcelona, París, México, Córdoba, Tucumán, Misiones, San Juan, muchos lugares, cada tierra que pisé me gustó. Pero mientras tenga mi ministerio, soy feliz con lo que hago. Soy un sacerdote feliz” explicó Bouzou.

Y agregó: “Yo creo mucho en la vocación de cada hombre. Pero hay que cuidarla porque el mundo constantemente nos está ofreciendo cosas que no alimentan la vocación; alimentan otras cosas: el ego, el materialismo, la sexualidad, la soberbia, la envidia, enojo o rencor. Quienes descubrimos la vocación, ya sea de sacerdote, maestro, político, enfermero, camionero, cualquiera; tiene que tener siempre en vigilancia su vocación. Para no perder el horizonte, y porque de ahí va a depender la felicidad”, recalcó el sacerdote.

Y finalmente, dejó un consejo para la comunidad de la cual se despide esta semana: “Vos no podés decir, ya escuché la palabra, ya me convertí, ahora soy espiritual. Es como si vos fuiste y comiste una gran cena. En ese momento pensás ‘estoy lleno, no voy a comer en quince días’, pero llegan las 12 del otro día y ya estás comiendo de vuelta. En la vida espiritual pasa lo mismo, es un constante crecer, alimentar la vida espiritual. Hay que seguir creciendo en la vida espiritual y en el amor a Jesús, con la oración, con la participación, con el amor a Jesús. Y quiero agradecerle a Río Grande, la oportunidad de ejercer mi paternidad. Agradecerle que me hayan ayudado a crecer, el amor que me han brindado, incluso a otros credos también todo lo que hemos compartido”, concluyó el padre Juan Carlos.