Para la Nana, nuestra Nana

Hay personas anónimas, de perfil bajo, no quieren llamar la atención, quieren pasar desapercibidas, de poco hablar, observadoras, sin doctorados ni títulos universitarios, con una simpleza mágica, con una sabiduría envidiable, esa sabiduría que te da la vida.

Nuestra Nana, María Eliana Vargas Pinto, era así… inteligente, intuitiva, trabajadora y por qué no decir con un sexto sentido admirable que, a pesar de su corta escolarización en su Queilen natal, podía dar cátedra de supervivencia, economía, ética y filosofía porque la misma vida le enseñó todo. Ella nos enseñó que los verdaderos chilotes son los nacidos en la isla de Chiloé, por ende, era chilota, ¡orgullosamente chilota!

No sabemos precisamente la fecha de su llegada a Río Grande, pero fue hace muchos años. Ella vino escapando de un matrimonio tormentoso con sus dos hijas, una en brazos y la otra apenas caminando, dejando atrás a sus dos hijos varones, también pequeños; con el dolor que le habrá provocado tener que tomar esa decisión y sabiendo que no vería más a su familia.

Viajamos en barco cruzando el golfo de Penas, con un temporal típico de la región de Aysén. Con el tiempo entendimos que no tuvo alternativas. Era eso o perder quizá su vida. Eran épocas difíciles para las mujeres separadas y muy mal catalogadas en esos tiempos. Fue una empoderada en su época y sus jóvenes manos su única herramienta de trabajo.

La Nana en el patio de su casa

Trabajó en estancias de la zona, siendo una de ellas Pilarica; trabajó en hostería Kaikén, en el antiguo hotel Atlántida (propiedad del señor Tanarro), en el hotel Menón, en YPF en las gamelas, en la tintorería de La Porota, en la Welcome y en CAP en la época de la faena. Pero, sin dudas, limpió una gran cantidad de casas de familia de las que ya no recordamos los apellidos. Eran dos o tres casas por día. Por la noche, preparaba viandas a las chicas de “Las casitas” de nuestro barrio. En esas viandas de dos, tres o más compartimientos llevaba la comida. Nosotras la acompañábamos a repartir muchas veces. Tuvo varias caídas en el hielo, pero nuestra Nana se levantaba siempre. Hubo una vez que estuvo enyesada y aún así cumplió con sus obligaciones. Muchas de esas mujeres de “Las casitas” se convirtieron en tías por elección, nos cuidaron y ayudaron cuando fue necesario.

La Nana con sus hijas e Hijo

Trabajó por muchos años para el Dr. Whitthaus y la Dra. Chamarro, nuestros protectores de la vida hasta que fallecieron. Brindó sus servicios para Drajner cuando este llegó a Río Grande y hasta sus últimos días trabajó para la familia Decaneo.

Con las pocas herramientas que contaba cubrió todas nuestras necesidades, nunca dejó que nos falte nada. ¡Qué fortaleza de mujer!

Ella no se tomaba vacaciones, no podía darse esos lujos. Priorizaba la economía de su hogar y con la poca entrada de dinero hasta ahorros tenía. Era tan previsora que hasta dejó pago su funeral. Nunca quiso ser una carga para nadie.

De joven la belleza y la elegancia eran sus atributos. Le gustaba ir a bailar al Libertad o Ratonera como la llamaban, un lugar familiar al que concurría mucha gente del pueblo, por eso siempre iba con nosotras. Ella bailaba y nosotras corríamos alrededor de la pista y las mesas jugando con otros niños. Al igual que ella, íbamos de punta en blanco, vestidas las dos iguales.

La Nana tenía las manos ásperas, al punto que no había media de nylon que no se le pegara a los dedos y se le corrieran los puntos. Tenía los codos llenos de quistes y deformidades, por eso usaba solo mangas largas para que no se le notaran. Su espalda se fue arqueando progresivamente. Ya no podía calzarse zapatos, el dolor era muy grande.

Jamás vamos a entender qué fuerza interior la motivaba a seguir trabajando, ni las ganas que ponía en lo que hacía. Ella no servía para estar sin hacer nada. ¡La pucha que era fuerte! Si hasta le ganó la batalla al cáncer de útero… y de vuelta a trabajar.

Por esas cosas que no se entienden, no tuvo suerte en el amor, pero sin saberlo tenía ángeles en su vida como ser nuestro tío Nica, un gran hombre de campo que siempre estuvo para ayudar. Él era la corrección hecha persona. Nuestra Nana tenía su pelo canoso, el más suave y brilloso que puedan imaginar, ¡olía tan rico! Un perfume que jamás vamos a volver a sentir, el olor de nuestra mami. La mujer más fuerte y trabajadora que conocimos.

Sus manos refregando, eran capaces de blanquear hasta el trapo más sucio, limpiaba cualquier cosa y lo dejaba reluciente; esas manos que preparaban las comidas más ricas. Sus manos ásperas con el sello de la artrosis eran mágicas, eran las manos de nuestra madre.

Ella era muy graciosa, con un sentido del humor muy especial y claro que tenía sus cosas, como cualquier ser humano. Sufrió, amó y fue amada, porque La Nana era una mujer común. Y así vivió… a su manera.

Este es nuestro pequeño homenaje a la mujer quien, con solo sus manos, se abrió camino, construyó y eligió su manera de vivir.
Aceptó los retos y riesgos, pero no dejó que nadie le diga cómo hacerlo.
María Eliana Vargas Pinto, nuestro ejemplo de mujer.

Mamá de laura

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