Aniversario de Río Grande: Con 101 años, Sara del Carmen Godoy es una riograndense ejemplar

Sara posó para El Sureño junto a un mínimo de familiares.

Si algo revive la historia de un lugar son esas historias que cuentan las personas como Sara del Carmen Godoy Godoy, quien es una antigua pobladora de esta ciudad. Ella nació el 25 de enero de 1917 en la isla de Chaulinec, que pertenece a la X Región de Los Lagos de la provincia de Castro (Chiloé – Chile) y, junto a dos de sus hijos, (Pedro y Gerardo) arribó a Río Grande hace 66 años, en búsqueda de su esposo, Isaías Godoy Cárdenas, quien había llegado unos años antes para trabajar.

“Cuando llegué no tenía nada y me quedé igual. Cuando llegué y vi todo esto me preguntaba qué había venido a hacer acá. No tenía nada de nada y hacía fuego en el piso para calentar agua y darle algo caliente a mis hijos. Igual, nos quedamos. Estuvimos en una casita en calle Mackinlay. Allí viví con dos de mis hijos, sin gas, agua ni piso. En todo el año nos calentábamos con leña o con cualquier cosa que encontrábamos para hacer fuego porque en esa época nevaba mucho y hacía mucho más frío que ahora”, recordó.

“Yo vivía acá en esto que ahora es la ciudad, mientras mi esposo trabajaba en la construcción de la ruta 3”. El trabajo de Isaías consistía en dinamitar la cordillera para hacer el camino. Junto con otras personas, abrió las rutas de Ushuaia a Río Grande. “Pasaba mucho tiempo sin vernos porque se iba a trabajar a la montaña durante toda la temporada porque no podía venir hasta acá. No había autos y sólo había un avioneta que pasaba por la cordillera y, desde el aire, les dejaba caer mercadería porque no tenía dónde aterrizar. Mientras él trabajaba en el Paso Garibaldi, yo me quedaba aquí luchando con mis hijos. Cada siete meses nos encontrábamos con mi esposo”.

Sara señaló que su esposo trabajó 47 años en Vialidad Nacional pero estuvo 12 años trabajando en la apertura del camino que une Ushuaia con Río Grande. “Fue un gran trabajador, obtuvo diplomas de honor por su desempeño”. Cabe señalar que Isaías dejó de existir en el año 96 cuando tenía 78 años.

Hoy Sara, tiene 8 hijos, Gerardo (69) Pedro (66), Miguelina (63), Irene (62), Isabel (61), Sara (58), Haidee (56) y un hijo del corazón, Fabián (47). Hoy se encuentra rodeada no solo de sus hijos sino que están sus 25 nietos, 51 bisnietos y 2 tataranietos.

Al hablar de su familia, la Abuela, apeló a su gran memoria y contó que tiene una familia hermosa y muy numerosa pero “para poder lograrlo, trabajé siempre y se lo debo mucho a Dios a quien le rogué para que mis nietos sean profesionales. A mis hijos siempre les dije que tenían que trabajar y estudiar y que debían ganarse el dinero con su propio esfuerzo”.

Gracias a los consejos de Sara, y a sus plegarias, hoy, entre sus hijos y nietos existen médicos, contadores, profesores, policías y, además, hay varios que se encuentran estudiando. “Los mayores ya están jubilados pero tengo la gracia de verlos bien y felices” agradeció.

Parte de Río Grande

Sin dudas, la abuela Sara es un ejemplo de vida, de esfuerzo y uno de los íconos que tiene la ciudad de Río Grande. Sara es una mujer que se gana el respeto de todos quienes la conocen y hoy, toda una ciudad que le rinde homenaje a una gran luchadora que no tiene comparación.

Según le contó a El Sureño, “Dios me tiene viva para que pueda contar qué significa el esfuerzo y lo que es el trabajo. Hoy lo veo y soy feliz, y soy feliz en Río Grande”.

Quien no tiene el agrado de conocer a Sara se pierde la oportunidad de conocer a una mujer valiente, amable, de carácter firme pero sana, sabia, luchadora, trabajadora, defensora de la familia y de las buenas costumbres, cargada de fe, con ganas de vivir que brinda sabiduría, atención y por sobre todo es una mujer agradecida a Dios, a Río Grande y, por si esto fuera poco es solidaria de amor porque lo brinda a todo aquel que se le acerca.

Al finalizar, Sara dijo que le pedirá a Dios para que le vaya bien a todas las personas que lleguen a Río Grande a trabajar. “Oraré por todos”, dijo al despedirse.

Pequeñas frases con grandes historias

– “No teníamos luz y para alumbrarnos, nos hacíamos lámparas con grasa de cordero. La poníamos en un trapito que utilizábamos de mecha, dentro de un recipiente y la encendíamos. Esa era la luz”.

– “La mercadería para los habitantes, llegaba en tres barcos. El Lucho 1ro., y el Lucho 3ro. Recién ahí podíamos comprar cosas”.

– “Cuando dijeron que iban a hacer un hospital fuimos todos a trabajar para sacar la tierra para hacer el contrapiso”.

– “La gente que recién llega, tiene gas, luz, agua y salen a protestar porque están desconformes”.

– “Muchos niños morían de frío en las noches. Amanecían hinchados y congelados”.

– “La Comisión de fomento traía al pueblo cabezas de capón o de cordero y, a veces, de vaca. La gente del pueblo hacía cola para recibir algo”.

– “El capitán de Fragata Carlos Ocampo, era gobernador. Me conoció y me dio un terreno donde hice mi casita”.

– “En mi casa, yo se sembraba papa, repollo, zanahoria, acelga y luego me hice un criadero de pollos”.

– “Temprano le daba la comida a mis chiquitos para que se vayan al colegio y yo me iba a trabajar a la obra del hospital”.

– “Río Grande es un granero, es una ciudad deseada y es la ciudad de Dios”.

– “Yo no sabía leer porque nunca fui a la escuela pero quería leer la Biblia así que les dije a mis chiquitos que me enseñen a leer. Ellos me enseñaron”.

– “Trabajé en la construcción del hospital, vi cómo se construyó Los Yaganes, la Casa de la Cultura, y un montón de edificios de los que están en el centro”.

– “Cuando llegué estaba el BIM5 y unas poquitas casas y mis hijas nacieron en el hospital del batallón”

– “Una vez volvía de Ushuaia en avión y vi la ciudad con luces y me puse a llorar no podía creer que Río Grande tuviese luces”.

– “Cuando llegó el gas a las casas, nosotros mismos nos hacíamos zanjas pero brotaba agua. Las zanjas eran para poner las cañerías. Arrezaga era el único gasista”.

– “Para tener agua debíamos ir hasta donde pusieron la indiecita (Museo Virginia Choquintel) porque habían puesto un surtidor para todos los vecinos”.

– “Algunas veces mis chiquitos tenían que ir en bicicleta hasta la Misión para traer agua en damajuanas”.

– “Para bañarnos compré un tambor de madera donde traían vino (Una bordaleza). La cortamos al medio y la pusimos afuera. Ese era el lugar para bañarse”.

– “Yo les hacía tambores a mis chiquitos para traer agua. Se los hacía según la edad. Al más grande le daba dos baldes y un palo y él traía los dos baldes al hombro”.

– “Estoy muy feliz y agradecida de Río Grande. Acá me siento como una reina”.