Era un tiempo, sin agua potable, al menos sin agua distribuida por redes. Aquel milagro de la canilla que se abre, y el vital elemento fluyendo justo donde, y cuando que queremos. Entonces la palangana –o lavatorio- cumplía una función esencial en el ámbito del dormitorio donde las personas encontraban, también de temprano, el lugar para comenzar a higienizarse. Y las había lujosas de loza y porcelana pintada, con un lugar sobre la cómoda. O las había más espartanas, enlozadas, de plano como de cuartel… cercanas a la familia del trabajador, o al simple hombre solitario de oficios sureños.

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