La llegada al Polo Sur, en moto de nieve

USHUAIA.- Hoy se cumplen dieciséis (16) años de la llegada al Polo Sur Geográfico de la Expedición Terrestre Científico – Técnica del Ejército Argentino, que utilizaron para el logro de esta hazaña, motos de nieve, que arrastraban trineos de carga; castigados gran parte del trayecto por el viento del sur que los golpeaba de frente.

En este enorme desafío, pusieron a prueba el alto grado de compromiso y enorme amor a la patria por los integrantes de la Dotación Base Belgrano II del año 1999, que prestaron apoyo a la misión, exigencias que no encuentra antecedentes en la historia de las campañas antárticas argentinas.
La siguiente es parte de una narración que la Fundación Marambio publicó en su página oficial, escrita por el Jefe de esa expedición, el Coronel Víctor Hugo Figueroa:
El día 05 de febrero de 1999, partía desde la ciudad de Ushuaia el rompehielos Almirante Irízar (Q5) rumbo a la base Belgrano II; a bordo iban los integrantes de la Expedición Científico-Técnica al Polo Sur (Año 2000). Los hombres estaban contentos, pero interiormente había un dejo de tristeza y preocupación. Se separarían de la familia por más de trece meses.
Aún cuando algunos habían decidido no volver a participar de una CAI (Campaña Antártica de Invierno), lo que les había propuesto, nada más y nada menos que llegar al Polo Sur, era demasiado tentador y no pudieron rechazarlo, aún sin saber cuál sería el resultado final de lo que acometerían.
El 13 de febrero de 1999 arribaron a la base en helicóptero, el buque había quedado unas 17 millas antes, sin poder avanzar más. La descarga se realizó sobre la barrera de hielos Filchner a 150 km de la base Belgrano II.
Tres meses de interrumpidos viajes demandó el traslado de todo el material y combustible. Esto complico los preparativos previos a la expedición, no obstante, sirvió para el entrenamiento del personal y la puesta a prueba de todos los medios que se utilizarían.
Transcurrieron los meses y con ellos la noche polar se fue. Así fue que en el mes de octubre se procedió a adelantar combustible con vehículos pesados Sno-cat hasta una distancia de 400 km, en inmediaciones de la base Sobral (actualmente desactivada).
Esta tarea se realizó superando innumerables problemas y sorteando grandes campos de grietas, las que en un principio presagiaban el fracaso.
Se aprovechó durante esta primera etapa, para que el técnico-científico Daniel AGÜERO realizara mediciones de la capa de ozono, avistaje y censo de aves y pruebas con radiosonda. En principio, él era uno de los ocho expedicionarios.
Posteriormente, por motivos que desconozco, el Director Nacional Antártico no autorizó su participación en la expedición privando a la ciencia de su conocida experiencia.
Con todo listo, llegó el día tan ansiado. Muchos eran los sueños.
El 28 de noviembre de 1999 fuimos despedidos telefónicamente por el Comandante Antártico Coronel Felipe PERANDONES y por el Jefe del Estado Mayor General del Ejército, Teniente General Martín BALZA.
Después de los abrazos de despedida, con los dedos en alto de los que quedaban para desearnos la suerte que sin duda íbamos a necesitar, partimos hacia nuestro objetivo: la conquista del Polo Sur Geográfico y allí empezaba el verdadero desafío.
Cada una de las sietes motos arrastraba tres trineos, los que deberíamos cuidar especialmente. Sabíamos que, durante la travesía, éste sería uno de los grandes problemas que deberíamos solucionar, por eso distribuimos equitativamente la carga. En total, llevábamos 200 kg por persona, ello incluía la comida para 60 días, repuestos de motos y trineos, equipos de radio, botiquines de primeros auxilios, elementos de andinismo, aceite 2T, carpas, bolsas de dormir y combustible.
Los 300 km iniciales fueron realizados en tres jornadas, sin inconveniente. El terreno se presentaba sólido y de fácil tránsito, además de ser una zona reconocida.
El 1 de diciembre de 1999 llegamos al depósito tres, en el que habíamos almacenado todo el combustible. A partir de ahí, los depósitos serían cada 30′, es decir, aproximadamente cada 60 km reales.
Empezamos el traslado de combustible hacia los 81º04′ de latitud S y 41º30′ de longitud W, pero antes debíamos pasar por un campo de grietas de aproximadamente 10 km.
Durante el pasaje, sufrimos la caída de algunos trineos, que pudimos rescatar a costa de grandes esfuerzos y llegando a feliz término sin tener que lamentar accidentes personales. En esta tarea perdimos un valioso tiempo, por lo que veíamos un tanto difícil arribar el 31 de diciembre de 1999 como estaba previsto, pero…el hombre propone y Dios dispone.
Durante gran parte del trayecto el viento del sur nos golpeaba de frente; esto, sumado a la velocidad de las motos, provocaba una sensación térmica que nos iba desgastando día a día.
El 15 de diciembre de 1999 subimos al continente, a una altura de 800 mts. sobre el nivel del mar. Allí, el terreno se presentaba en algunos tramos casi intransitable, por lo que hubo que andar muy despacio entre 5 y 8 km/h, cuando en general, la velocidad promedio había sido de 18 km/h.
El GPS funcionó perfectamente; antes de llegar a los 82º de latitud S divisamos el pico Santa Fe. En nuestra carta, éste era uno de los accidentes geográficos que nos indicarían si seguíamos la ruta correcta o no.
Los viajes de regreso a buscar combustible eran la rutina que más desgastaba a la gente.
Por su parte, el topógrafo continuaba realizando los relevamientos topográficos y comparándolos con las cartas satelitales y los datos registrados por la expedición anterior. El médico, a su vez, comparaba las mediciones de la capa de ozono y otros datos de interés científico, observando además permanentemente el comportamiento humano en condiciones extremas de aislamiento y temperatura.
Al llegar el 17 de diciembre de 1999 a los 82º, el tiempo fue empeorando, el viento alcanzó los 150 km/h, un blanqueo total. Para entonces, ya estábamos dentro de nuestras carpas. Un blizzard nos había imposibilitado continuar.
Hasta entonces, las comunicaciones con la base, el Comando Antártico y nuestros familiares habían sido fluidas, sin mayores problemas.
A medida que ascendíamos, la temperatura iba en aumento, -20ºC era la máxima hasta el momento.
Manteníamos comunicaciones periódicas con la base Marambio, que nos pasaba el pronóstico del tiempo; para esa fecha nos había pronosticado un temporal de una semana y, efectivamente, así ocurrió.
De manera que los siete días siguientes nos quedamos en nuestras carpas, saliendo periódicamente a controlar las motos y la carga , nuestra preocupación era que no se nos volara nada, perder algún equipo en esas latitudes sería un desastre.
En poco tiempo la nieve arrastrada por el viento cubrió las motos y algunos trineos; alrededor de la carpa la nieve subió hasta un metro.
Durante todo ese lapso estuvimos atentos a cualquier mejoría, pero ésta no se dio hasta el día 24 de diciembre de 1999, en que pudimos salir y reiniciar la marcha. A las 23:50 hablamos por teléfono con nuestros familiares y después del tradicional brindis partimos hacia los 83º de latitud S.
Todavía continuaban los viajes para el transporte de combustible y la rutina se convertía en aburrimiento. Mientras unos se abocaban a esta tarea, el resto reparaba los trineos rotos, ya que sin ellos sería imposible llegar.
El 28 de diciembre de 1999 arribamos a los 84º, a 700 km del polo. Según los cálculos que minuciosamente habíamos realizado con el mecánico, existía la posibilidad de que, a partir de ahí, con 2400 litros tuviésemos autonomía para llegar al Polo y volver.
El viaje hasta los 84º había sido agotador: muchísimos sasturgis, la rotura de 3 trineos y 5 correas tractoras de las motos fue demasiado para ese día.
Durante todo el día 29, el trabajo consistió en reparar los trineos, mientras que un grupo regresaba a los 83º a buscar el combustible que nos faltaba.
Preparamos todo para el día siguiente, dejando un depósito de 280 litros de nafta. Partiríamos con lo justo.
El 30 de diciembre de 1999, con el objetivo de llegar a los 85º, partimos para recorrer 120 km por una zona plagada de sasturgis; el termómetro marcaba -26ºC, el frío se hacía sentir a pesar de nuestras previsiones.
Hasta el momento nuestro régimen de comida había sido un desayuno con cereales y una cena que variaba entre milanesas de carne, cazuela de pollo y algún plato de lentejas, por suerte no faltaba el arroz o los sobrecitos de sopa acompañados por un delicioso pan casero preparado por nuestro cocinero, reforzado con un complejo vitamínico.
El termo de café, té y sopa siempre nos acompañó en los días de marcha. A pesar de la buena alimentación, la pérdida de peso comenzaba a notarse, aún así todos conservábamos nuestras fuerzas.
Se levantó una ventisca suave, pero ya acostumbrados a la dureza del clima, no nos afectó demasiado. La experiencia de otros expedicionarios indicaba el uso de pasamontañas para proteger la cara del hielo, del viento y del frío, algunos han usado máscaras de neoprenne o máscaras de motocross.
Nosotros optamos por un pasamontañas fino y el casco con visera y protección UV., que nos dio excelentes resultados; usábamos además, tres pares de guantes y unas botas de doble fieltro. No obstante eso, en algunas oportunidades sentíamos frío en los pies y en las manos, debido a la posición estática que debíamos mantener arriba de las motos.
El 31 de diciembre de 1999 nos recibió con un día espectacular, la temperatura era increíble para esas latitudes, -15ºC.
Decidí quedarme en el lugar y esperar el llamado del Sr. Presidente de la Nación, desde la provincia de Tierra del Fuego. Tras varios intentos, finalmente fue imposible entablar la comunicación, como así tampoco con nuestros familiares. ¡Qué solos nos sentíamos!…y todavía nos quedaban 550 km por recorrer. De ese modo, el fin de año pasó como cualquier otro día, recuerdo que cenamos pollo relleno, preparado para esa ocasión. Y brindamos con jugo.
Prácticamente nos faltaban 5 días para alcanzar nuestra meta.
El 01 de enero de 2000 amaneció pleno de visibilidad, iluminado y radiante, pero lógicamente para ese entonces nos afectaba la monotonía, todo era blanco, habían pasado seis días desde que divisáramos el pico Buenos Aires, un macizo gigante que se elevaba por sobre el casquete polar después del desierto blanco.
El tramo siguiente fue bastante bueno, parábamos cada 10 km para controlar la carga (está ya se había convertido en un hábito) y cuando era necesario completar combustible.
Seguíamos dejando depósitos cada 55 km, a medida que avanzábamos el panorama se aclaraba y quedaban trineos libres que reemplazaban a los deteriorados.
A las 17:00 llegamos a una zona de tremendos sasturgis que superaba el metro, nos costó muchísimo pasarlos. Las motos y los trineos se daban vuelta, parecía como si no quisieran que pasáramos, constituían una tortura. Después de mucho esfuerzo logramos llegar a los 86º.
Cada nuevo día era bien recibido, nos propusimos recorrer un grado por día (sobre el terreno 120 km), tardáramos lo que tardáramos.
La radio seguía siendo nuestro nexo con el mundo exterior y el único medio para establecer contacto con otros seres vivos.
Las preocupaciones de los primeros días habían pasado.
A esta altura todos estaban pendientes de nuestros progresos. Cada vez subíamos más. Durante esa jornada, en un alto de marcha, el GPS indicaba 1780 metros sobre el nivel del mar.
El buen humor predominaba entre otros a pesar de los -28ºC. Las motos respondían como esperábamos y, aunque algunos tambores habían sufrido pinchaduras, el combustible sería suficiente.
Habíamos pasado muchos días de incertidumbre, sorteando peligrosas grietas y fuertes temporales, pero esto no había hecho mella en el espíritu de los exploradores.
El 02 y 03 de enero de 2000 no fueron diferentes al resto; cada vez estábamos a mayor altitud, el termómetro marcaba una constante de -35º C; el terreno era menos penoso, pero los sasturgis no habían desaparecido.
El día 04 de enero de 2000 estábamos a tan sólo 222 km de nuestra meta, cierta inquietud nos embargaba. Días atrás habíamos tenido que dejar una moto para asegurar el éxito de la expedición y tener un margen de combustible por cualquier eventualidad.
La marcha fue positiva, a la velocidad de casi 18 km/h, todo un récord; los sasturgis, pequeños en comparación a los anteriores, aparecían por tramos.
Al llegar a los 89º, y después de armar campamento, tuve una comunicación con el Coronel PERANDONES, Comandante Antártico, para informarle que al día siguiente estaríamos en el Polo Sur.
Y llegó el día tan esperado por todos: como nunca, desarmamos el campamento en tiempo récord, completamos combustible y aceite a las motos y partimos rumbo a los 90º, ya estábamos a 2668 mts. y con una temperatura de -38ºC.
Puse el cuentakilómetros en cero e iniciamos la marcha, el terreno, fácil de transitar, no presentó problemas; a medida que avanzábamos crecía la expectativa. Todo iba bien, después de recorrer 55 km el altímetro indicaba 2838 mts., el objetivo estaba muy cerca.
Cuando faltaban 22 km, hicimos un alto en la marcha para tratar de divisar algunos puntitos que nos señalasen la base norteamericana. Yo había leído relatos de expediciones anteriores y en esa latitud ya se tendrían que divisar las instalaciones, pero no logramos ver nada. Proseguimos la marcha y a los 18 km, el navegante, que se había adelantado, alzó los brazos: era la esperada señal de que había visto algo.
Al fin los 90º estaban realmente cerca, nos reunimos todos y entre abrazos y por qué no algunas lágrimas, festejamos por anticipado, y con un “Viva la Argentina” culminó el festejo. Lo que restaba para llegar era sólo cuestión de tiempo, para entonces nos habíamos cambiado y estábamos más presentables.
A las 19:30 del 05 de enero de 2000, la Expedición Científico-Técnica arribó al Polo Sur Geográfico.

En este enorme desafío, pusieron a prueba el alto grado de compromiso y enorme amor a la Patria por los integrantes de la dotación Base Belgrano II del año 1999 (Foto: Página oficial de la Fundación Marambio).


Para la hazaña se utilizaron motos de nieve, que arrastraban trineos de carga (Foto: Página oficial de la Fundación Marambio).