USHUAIA.- El COVID-19, o coronavirus, nos obliga a todos a replantearnos el vínculo que tenemos con el planeta que habitamos. Aquella falsa división entre el impacto al ambiente y las consecuencias para los humanos empieza a caerse a medida que nuevas enfermedades nos evidencian la frágil interdependencia que tenemos con el equilibrio natural. Tierra del Fuego no escapa a esta realidad.
Relacionar la pandemia del coronavirus con el desequilibrio de los ecosistemas causado por la tala indiscriminada de árboles, la contaminación y la extinción de especies; hubiera sido quizás exagerado.
Pero, el avance del virus alrededor del mundo nos ha demostrado que no hay nada exagerado en lo que tenga que ver con el COVID-19. Hace más o menos una década, los científicos vienen estudiando la relación entre la explosión de las enfermedades virales y la deforestación, que se revela recién cuando empiezan a aparecer síntomas extraños en las personas, malestares que antes no se conocían.
La periodista Mariana Azien se ocupa de relatarlo muy bien en esta crónica (http://revistaanfibia.com/cronica/las-nuevas-pandemias-del-planeta-devastado/) publicada por la prestigiosa Revista Anfibia durante la semana pasada.
“En el fondo se trata siempre de lo mismo: de cómo nuestra visión extractiva del mundo vivo está llevando a la humanidad a una encrucijada en la que pone en jaque a su propia existencia. Algo que no se arregla con alcohol en gel” apunta Azien.
Carlos Zambrana Torrelio es un científico boliviano, vicepresidente de EcoHealth Alliance, una organización con sede en Nueva York que monitorea la relación entre la vida silvestre y las enfermedades emergentes. Cuenta que todo el tiempo en todo el mundo hay saltos zoonóticos (de virus que van de los animales a los humanos), pero no siempre alcanzan la fama internacional, ya sea porque la enfermedad ha sido contenida o porque no se han dado las condiciones para que se propague.
Trabaja en África, particularmente en Liberia y Sierra Leona, donde el brote del ébola sorprendió a todo el mundo por su ferocidad. Allí la emergencia de la enfermedad tuvo como causa principal la fragmentación del bosque tropical lo que hizo que se juntaran muchas especies distintas de murciélagos en los pocos árboles que quedaban en pie y empezaran a convivir hacinados en ellos.
Esta mezcla de especies, que no habían interactuado antes en el ambiente, fue el caldo de cultivo de lo que pasó después.
Un día, un niño encontró un murciélago en el suelo y se lo llevó a su mamá para que se lo cocinara. Se presume que la mujer pudo haber tenido heridas en la mano. Y el contacto de los fluidos del animal con la sangre humana fue suficiente como para que se desencadenara una epidemia en una población altamente vulnerable.
Lugar privilegiado
Tierra del Fuego se encuentra en un lugar privilegiado que conlleva una gran responsabilidad.
Como los ya mencionados, distintos referentes ambientales, advierten sobre la amenaza que representa el avance de la salmonicultura sobre el canal Beagle y su cualidad prístina. Las consecuencias no inmediatas podrían ser catastróficas.
Pero no es el único ecosistema que cumple con estas características. Península Mitre es otro ejemplo de espacio que ha logrado mantenerse casi inalterado y que por su gran extensión de turba es el lugar de mayor captura de carbono por unidad de superficie en toda Argentina, funcionando como una gran purificadora del aire que respiramos.
Así lo asegura una investigación basada en datos a nivel global producidos por el Centro Mundial de Vigilancia de la Conservación de Naciones Unidas (UNEP-WCMC), y National Geographic Society (https://www.elrompehielos.com.ar/peninsula-mitre-un-pulmon-de-aire-fresco-frente-al-calentamiento-global).
De ahí, de sus valores fundamentales estudiados por científicos y expuestos por docentes y representantes de la comunidad, que surge la necesidad de medidas que garanticen la protección de estos íconos naturales de la Isla Grande de Tierra del Fuego en el tiempo.
El desmantelamiento de ecosistemas ocurre a gran escala en el mundo desde hace dos o tres décadas, empujado por la globalización, el capitalismo y la gran industria alimentaria.
En la Argentina, la transformación de ambientes ha traído consecuencias de enfermedad y muerte a lo largo de la historia, y no sólo por el asedio a ecosistemas como el Gran Chaco, Las Yungas y la Selva Paranaense, sino también de la llanura pampeana. Lo cuenta también en Anfibia Fidel Baschetto, veterinario cordobés, docente de la Universidad Nacional en esa provincia.
“Los ecosistemas son marañas complejas de relaciones evolutivas que sólo comprendemos de manera fragmentada, a través de pacientes observaciones científicas. Su destrucción en nombre de la expansión del progreso, o simplemente, de la codicia, tiene sus costados oscuros, que luego se sufren en la carne. Nuestra carne”, acota Azien.
“Lo que son nuevos virus para nosotros no lo son para la naturaleza. Entonces, la disyuntiva es si hablamos de una enfermedad emergente o de una enfermedad emergente para el hombre” explica Baschetto.
En nuestro país “muchas personas consumen carne de fauna silvestre (peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos) desconociendo si eso puede acarrear el contagio de parásitos u otras enfermedades porque la sanidad en especies silvestre no está muy desarrollada”, sostiene Claudio Bertonatti, asesor científico de la Fundación Félix de Azara. Algo similar sucede con los salmónidos provenientes de la industria de la salmonicultura y la resistencia bacteriana generada por el uso excesivo de antibióticos, la escala de estas consecuencias todavía es desconocida.
“Debemos dejar de pensar que los humanos somos algo separado del sistema porque si no, nos da la idea completamente errónea de que podemos cambiar, destrozar y modificar el ambiente a lo que mejor nos parezca. Cualquier cambio que hagamos en el planeta va a tener un impacto en nuestra salud”.
Para evitar el colapso, la OMS propone el concepto “One Health” (Una sola salud), que relaciona la salud ambiental con la animal y la humana. Si el mundo se enferma, los humanos, que forman parte de él, también. ¿Será posible en concretar estos conceptos y reforzarlos con las herramientas que se exigen a la clase política?
Los representantes tienen que estar a la altura de las necesidades, y aprovechar la oportunidad para madurar en las relaciones con el ambiente y los ecosistemas. Lograr esta interdisciplinariedad es uno de los mayores desafíos de la época del “antropoceno”, marcada por la destrucción acelerada del planeta a causa a las acciones del hombre.