Padre Joaquín López: “Río Grande es una amalgama de culturas, y una sociedad muy dada”

 

El padre Joaquín en su oficina. Mañana partirá a su nueva asignación en Trelew.

Después de dos años de trabajar como párroco en Río Grande, el padre Joaquín López se va a cumplir una nueva asignación a Trelew, provincia de Chubut. El Sureño conversó con él acerca de sus experiencias, su decisión de ser sacerdote católico, y las recompensas que ha tenido en una vida de servicio.

RIO GRANDE.- El padre Joaquín López, es español y a veces todavía habla de Tù, aunque pasó más de de 50 años en Argentina, y la mayor parte de este tiempo, en la Patagonia. Apasionado por su vocación el padre Joaquín compartió con El Sureño su historia y las expectivas que tiene de seguir trabajando en el servicio cristiano de los demás.

Joaquín tenía apenas 11 años la primera vez que expresó su deseo de convertirse en sacerdote de la iglesia católica: “Es una desición grande, que en mi caso fue gradual. Yo cuando terminaba la escuela primaria en España, recuerdo que en recreo cuatro compañeros estábamos ahí en la puerta del colegio, y uno de ellos preguntó: ‘qué vas a hacer el año que viene’, porque en mi pueblo no había secundario, terminábamos el primario. Uno dijo que que iba a estudiar para ser abogado, otro dijo que iba a ser ingeniero, otro dijo médico, y cuando me tocó el turno a mí, yo dije ’yo voy a ser sacerdote’. Niño, de 11 o 12 años, por primera vez dije algo que a lo mejor yo ya llevaba hacía un tiempo en mi corazón porque iba a la parroquia, era monaguillo, ayudaba en la misa, ese estilo de vida me gustaba”, recuerda Joaquín.

Hoy el padre Joaquín tiene 75 años, y más de 50 como misionero en la zona de la Patagonia Argentina. Luego de terminar la escuela primaria se inscribió en el seminario de su pueblo, pero admite que no le gustaba estudiar latín, y casi desiste. Luego un amigo de su padre le habló a su hijo, que era salesiano para ver si era posible ingresar al seminario: “En principio dijo que ya era tarde. Pero esa misma noche su hijo llamó al papá y me dijo que vaya porque uno de los que estaba en la lista se borró, era el 191 de 200 anotados. Así que me marcaron toda la ropa con el número 191, y en el año 1955 me fui a la provincia de Córdoba en España, a seguir los estudios. Allí conocí a Don Bosco, conocí el sistema salesiano. Yo estaba feliz”, relata el sacerdote.

Cuando terminaban el colegio secundario, los interesados en continuar el noviciado debían hacer el pedido. Joaquín pidió continuar su educación religiosa, y fue aceptado. Durante todo ese año solo estudió la vida consagrada: “Y al final del año se hacen los votos: pobreza, castidad, y obediencia. Yo tenía 17 años. Comienzo a estudiar filosofía ahí mismo. Luego, al noviciado vino un salesiano que había estado como misionero en Ecuador. No hablaba mucho de las misiones, nos proyectaba imágenes, y al final del año dijeron que lo que querían ir de misioneros hicieran la petición. Esta vez, yo hice la petición y no me llamaron. Fueron ocho compañeros míos, los enviaron a América Latina”, sigue contando Joaquín.

Nuevamente, su vocación fue probada, pero dos años más tarde se presentaría a Joaquín una nueva oportunidad: “este mismo salesiano me llama un domingo después de dos años y me dice ‘¿Joaquín, tú habías pedido ir a las misiones, todavía querés ir?´ Y yo contesté ‘no sé si me deja ir mi familia’, pero porque a mí ya se me había apagado ese fuego misionero, o creía yo”, recuerda.

Finalmente, cuando volvió a hablar con el sacerdote salesiano, éste le dijo que la asignación consistiría en estar en colegios, trabajar con niños, ser educador, y esto reavivó su deseo de servir como misionero.

Se suponía que el joven no vería a sus padres por diez años, pero sus superiores le propusieron estudiar teología a Roma, como el viaje se hacía en barco, Joaquín se reencontró con sus padres y hermanos en el puerto de Barcelona, de camino a Roma, dónde además, sucedería algo que cambiaría su vida para siempre: “Los vi a todos después de cuatro años en lugar de diez. Pasé cuatro años en Roma, y ahí el Señor me regaló la ordenación sacerdotal de manos del papa Pablo VI, un 17 de mayo de 1970, día de Pentecostés. Mis padres estuvieron en mi ordenación sacerdotal, recibieron la comunión del Papa, tuvieron un lugar especial. Eramos 179 de todo el mundo, y salesiano desde Argentina estaba yo solo, realmente fue un regalo”, reflexiona el salesiano.

“Yo después pensé, creo que fui generoso ante el llamado del Señor, y Díos no se deja vencer en generosidad. Primero permitió que volviera a ver a mis padres a sólo cuatro años; segundo, yo que de chico dije ‘quisiera ser sacerdote’ Díos me dijo ‘Sí, pero primero vas a ser salesiano, después vas a ser misionero, y recién después vas a ser sacerdote, yo te tengo preparado un regalo, te va a ordenar el Papa”, reflexiona Joaquín.

Cuando volvió a Argentina, trabajó en la formación de los salesianos, en la pastoral juvenil. Luego sirvió como Provincial en Bahía Blanca, fue director de un colegio por dos años, lo enviaron a Rosario, por cinco años más y en 2010 cuando Argentina quedó dividida en Argentina Norte y Sur, Joaquín volvió a la Patagonia. Estuvo 6 años en Comodoro, y luego dos años en Río Grande.

Al pensar en el trabajo realizado durante los últimos dos años, el padre Joaquín asegura que siente felicidad y agradecimiento: “Yo he pasado dos años muy feliz. Y he encontrado un ambiente muy abierto. Muy atento a lo que el Señor nos iba proponiendo a través de la palabra. Río grande es una amalgama de culturas. La gente del norte, nos están ayudando a ser comunidades más abiertas, más acogedoras. Y el patagónico les ha brindado a los hermanos del norte esa interioridad, esa capacidad de buscar el silencio. Así que me llevo eso, una comunidad variada, rica, dada a los demás”, comenta.

Y agrega: “Otra de las cosas que me llevo es el trabajo que hemos podido realizar con los cuatro párrocos de la ciudad. Hemos hecho varias cosas juntos, retiros, misiones, organizamos un curso de catequistas, nos reuníamos con frecuencia, almorzábamos juntos. Me llevo esta amistad que he logrado con mis hermanos sacerdotes, la apertura de pensar que la iglesia es única tiene distintos centros, pero somos hermanos en la fe y trabajamos juntos”.

Cuando se le pregunta acerca de sus sentimientos en cuando a toda una vida de servicio, con humildad, Joaquín responde: “Uno el punto de referencia que tiene son los hermanos, pero yo son el Señor, sin su Ayuda y su bendición no habría podido hacer nada de lo que hice en estos dos años. Y este reconocimiento que brota espontáneo es una señal y una bendición de parte de Dios, que me dice ‘Joaquín, vete contento, porque la comunidad queda contenta’. Uno no puede alabarse a sí mismo, el reflejo de los hermanos yo lo veo como una señal de la bendición de Dios; la otra señal es que uno es feliz, que no significa que no haya tenido pruebas, dificultades, crisis, pero yo puedo decir que mi vida, ha sido una vida feliz”.