Natalia Jañez: Mejor hablar de ciertas cosas

La humildad no ha sido una de las grandes cualidades que atravesaron a la dirigencia política argentina y, en un contexto de crisis como el que atravesamos, esto que puede parecer un simple detalle se convierte en una pared que a veces es insalvable.

Desde luego la política no se trata de criticar personas, sino de identificar lógicas, dinámicas, hábitos que se convierten en conductas. En este sentido los problemas con el ego serían los siguientes:

  1. Establece como límite colectivo los límites de una persona;
  2. Impide el diálogo democrático;
  3. Pone como condición el narcisismo de un individuo y no la identidad colectiva. Culto al “jefe”;
  4. Reduce la construcción política de un espacio al problema de su biografía personal (generalmente asociada a sus posibles candidaturas);
  5. Instaura la lógica del pino: abajo suyo nada crece;
  6. Confunde sistemáticamente la discusión política con la discusión de personas;
  7. Imposibilita las decisiones en un marco institucional.

Hay una gran diferencia entre pensar que la política está al servicio del pueblo y creer que sólo se trata de los dirigentes. Si queremos un caso paradigmático: Cristina Fernández. Toda su acción política está dedicada a alimentar su ego, sus propios problemas y no a resolver los problemas (dramas a esta altura) que tienen los argentinos.

El caso de los asesinatos por el sicariato narco en Rosario es el ejemplo máximo de esta dinámica. Como la oposición se niega a remover las causas judiciales donde la evidencia abunda y la culpabilidad ha sido y sigue siendo harto demostrada, la propuesta del cristinismo es la parálisis institucional: no funciona la Cámara de Diputados, no funciona la Cámara de Senadores ni tampoco funciona el Ejecutivo Nacional. Se hace lo que yo quiero o no se hace nada es la lógica política que se ha venido construyendo en estos últimos cuatro años.

Esto ha dado como resultado que al gobierno de Santa Fe se le asignen menos recursos en seguridad que al resto de todas las provincias, como así también que no se nombren jueces ni fiscales cuyas vacantes hace años esperan ser cubiertas. Como las causas de Cristina no se cajonean (¡cómo se lo extraña a Oyarbide!), entonces rompemos todo: se confunde la persona con la institución estatal.

Desde luego este esquema egocéntrico y también por qué no decirlo: ultramachista, ha generado para nuestra provincia la imposibilidad de discutir en serio el subrégimen de Promoción Industrial 19.640, como así también la posibilidad de un proyecto económico articulado con el continente para que Tierra del Fuego logre autonomía material (autarquía). El resultado es el desguace burocrático de nuestra industria, la reducción de subsidios sin ningún criterio, y un discurso que cuestiona nuestra identidad como parte del federalismo argentino.

Si siempre todo se trata de que las cosas son como yo quiero o tiramos todo a la basura, es decir, si todo se trata de que mi ego se imponga más allá del bien y del mal, difícilmente superemos los problemas estructurales que tanto adolecemos en nuestro país.

Pero así como el ego se transformó en un problema para la gestión del Estado en el oficialismo, se ha convertido también en un problema de construcción para la oposición. La insistencia sistemática de “soy yo o el abismo” nos ha ido llevando a una situación donde la recuperación electoral del kirchnerismo a nivel nacional se debe más a nuestros errores que a los aciertos de nuestros adversarios.

Natalia Jañez: Coordinadora del Instituto Moisés Lebensohn Tierra del Fuego,
líder de Evolución Radical en la isla y secretaria de la Mesa Ejecutiva de la UCR Nacional.

Desde luego la puja de poder es una actividad intensa y llena de roces, pero cuando funciona descolgada del timing político se convierte en un error estratégico y no en una mecánica de sumatoria y construcción. Hay tiempos que son adecuados para las disputas y tiempos que se convierten en demoras que aprovechan nuestros adversarios.

Además, hay formas de disputar poder y formas de lastimarnos entre nosotros. Competir por una candidatura no puede tener como condición el fracaso del otro. No podemos salir a romper todos los días en redes sociales o en medios tradicionales a nuestros aliados en la coalición, y después pretender unidad política y electoral en las elecciones generales.

Dicen los japoneses que el carácter no se trata de imponerse sobre el resto, sino de auto controlarse a uno mismo. Quien más capacidad tiene de gestionar sus emociones es quien más carácter posee. Regular nuestros egos está profundamente enraizado en cómo entendemos aquello acerca de lo cual se trata el carácter: imponernos sobre los demás o imponernos sobre nosotros mismos.

Esto no implica una política del silencio ni tampoco una anulación de la disputa: lo que sí nos dice es que tenemos que disputar dentro de ciertos límites donde la soberbia y los ataques no tengan un rol protagónico. Sirve decirnos las cosas y sirve sobre todo si lo hacemos de frente. Pero más que todo sirven si hacen a la construcción política que necesitamos para que las soluciones a los problemas finalmente sucedan.

En todo caso, el carácter político para nosotros, la oposición, se trata de “controlar” toda verborragia que no vaya en el sentido de lo constructivo. Insultar a los otros, agredir, menospreciar, ningunear son todos elementos que pertenecen más a una violencia que de última le sirve a nuestros adversarios y no a nosotros mismos.

Cuando prima el ego, la soberbia, el culto al “jefe”, lo más importante que se pierde es la capacidad de diálogo. Otra vez nos falta carácter: el quid de la cuestión es hablarle a los que tienen poder o jerarquía, decirles las cosas que tenemos que decir para que podamos construir las soluciones que necesitamos. Por fuera de eso lo único que hay es cinismo.

Si en vez de discutir personas discutimos política, si en vez de dedicarnos a la genuflexión de lo viejo nos dedicamos a la construcción de lo nuevo, si dejamos de buscar las conversaciones a escondidas y damos un debate público, si en vez de mirarnos a nosotros mismos como dirigentes empezamos a mirar a la gente como última racionalidad de todas nuestras disputas, quizás, solamente quizás, podamos empezar a dar el primer paso hacia las soluciones de los problemas que todos conocemos, pero que nunca terminamos de encarar.

Abandonemos la estrategia del ego y abracemos la estrategia de la democracia.

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