La inteligencia como un arma en la guerra emancipadora

El general José de San Martín convirtió en un arma poderosa de la guerra por la independencia a la inteligencia militar. Con ella consiguió que el jefe de las tropas realistas apostadas en Chile creyeran que la división principal del Ejército de Los Andes cruzaría la cordillera por el Planchón, al sur de Mendoza, cuando en realidad lo hizo por el Paso de Los Patos, en San Juan.

BUENOS AIRES (Por Eduardo Barcelona).- Esta operación de inteligencia llenó de confusión al titular de la capitanía de Chile, Francisco Casimiro Marcó del Pont, quien abrió sus fuerzas en un frente de 800 kilómetros, debilitando el lugar por donde apareció la división al mando del Libertador, que lo derrotó en la cuesta de Chacabuco el 12 de febrero de 1817.

¿Cómo hizo San Martín para desorientar al jefe realista? Bueno, mantuvo tres encuentros con los Pehuenches a quienes les pidió permiso para usar el paso del Planchón. La primera reunión ocurrió a la altura de San Rafael, la segunda en San Carlos y la última en el Plumerillo.

El Libertador conocía que los Pehuenches tenían buenas relaciones con los Araucanos, quienes informaban a los españoles sobre los planes que abría San Martín a sus amigos Pehuenches.

“Entonces, Marcó del Pont envió una división al sur de Chile para defender la posición”, explicó Jorge Olarte, historiador de lo que se conoce como la Guerra de Zapa (ocultar para conseguir un fin).

Esta guerra de nervios o psicológica, como también se puede definir la acción de inteligencia, el comandante del Ejército de Los Andes la comenzó a ejecutar desde el momento en que llegaron los chilenos que habían caído en la batalla de Rancagua (1/10/1814), donde perdieron la primera independencia de Chile.

A los Cabildos de Mendoza y de San Juan, San Martín les pidió que le dieran los nombres de cada uno de los inmigrantes trasandinos. Su sospecha era que dentro de ellos venían espías al servicio de la corona española.

El mandatario anterior a Marcó del Pont había sido Mariano Osorio, a quien San Martín le envió una carta firmada por un supuesto “leal español”, donde le decía que en Cuyo reinaba un estado casi anárquico: “esto es un desastre, estamos con tanta miseria, le pido por favor le pague a mi correo”.

Osorio era el yerno del virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, quien ante la imposibilidad de vencer a las tropas del Ejército del Norte y a la guerrilla de Miguel Martín de Güemes, le pide que devuelva una división a Lima.

Después de la carta y de otros datos que llegaron a la mesa en Santiago de Chile, el jefe realista acepta la petición del suegro. Se deshace de no menos de 1.500 hombres sobre los 5.000 con los que había recuperado la capitanía trasandina Apenas se inicia 1816 y recién instalado en Chile Marcó del Pont, San Martín hace circular en Santiago la especie de que la invasión de los patriotas incluiría una operación combinada por tierra y por mar. El coronel de marina, Guillermo Brown y el capitán de navío, Hipólito Bouchard, hicieron por esa época una operación corsaria en el océano Pacífico con la bandera nacional enarbolada en los mástiles.

Un barco inglés avistó las naves argentinas y al llegar a Valparaíso contó la novedad. Marcó del Pont unió la versión que rodaba en las calles de Santiago con lo que dijeron los ingleses. Reacciona y, por precaución, envió una división completa a alta montaña, de tal manera de no quedar encerrado entre dos fuegos.

Al fin del verano de 1816, viendo que la invasión combinada no ocurriría, decidió bajar a su ejército de la sierra. La montaña desgasta, come fuerza, dicen los expertos. La incertidumbre ayuda a debilitar el espíritu.

Lo cierto es que Marcó del Pont había entrado sin saber en la guerra de nervios que le planteaba del otro de la cordillera el jefe patriota. “San Martín tenía una idea muy clara sobre la inteligencia, aplicaba el concepto napoleónico de ‘saber qué pasa al otro lado de la colina acerca la victoria'”, destacó Olarte, quien tiene escrito un libro sobre el tema.

Uno de los patriotas chilenos que llegaron después del desastre de Rancagua le dijo a San Martín que ellos tenían un secretario privado en la capitanía general de Chile, contacto que usó para conocer intimidades de Osorio como de Marcó del Pont, así como también para acercar versiones que confundieran al jefe enemigo.

El Libertador dirigió en persona el aparato de inteligencia, no tuvo segundos. No escribió nada sobre esta arma de la guerra de la independencia, para proteger la red que había creado. A uno de los espías propios, hijo de una familia mendocina, lo convirtió en un traidor para conocer quién era el jefe de inteligencia realista apostado en Mendoza.

El espía del Libertador se llamó Pedro Vargas. Los únicos que sabían cuál era la tarea fueron San Martín y Pueyrredón. A este lo puso al tanto, por las dudas le pasara algo en la misión emancipadora. En 1819, después de la batalla de Maipú, cuando tuvo la convicción que los realistas nunca más regresarían a Chile, pidió que se lo reivindicara y lo hizo nombrar teniente coronel del Ejército de Los Andes.

La última operación de inteligencia, previo al cruce cordillerano, la hizo José Antonio Alvarez Condarco. Viajó a Santiago de Chile el 2 de diciembre de 1816 con la misión de entregarle a Marcó del Pont el acta de la declaración de independencia de las Provincias Unidas.

El jefe español lo recibió creyendo que se trataba de una propuesta negociadora o de la rendición incondicional de las fuerzas rebeldes. No, era el acta de Independencia del 9 de Julio en el Congreso de Tucumán.

Enojado, el español habló: “Dígale al señor San Martín que con el próximo mensajero no voy a tener esta conducta humanitaria. Y dígale que la he firmado con mano blanca y no como la de él que es negra”.

Alvarez Condarco pasó a Chile por el Paso de Los Patos y regresó el 21 de diciembre por el de Uspallata, el camino más corto. La verdadera misión era una acción de inteligencia, encomendada por el jefe era observar si en esos pasos los realistas habían montado algún dispositivo de especial defensa, en prevención a la invasión que se iniciaría los primeros días de enero de 1817.

Derrotado en Chacabuco, San Martín se cruzó con Marcó del Pont y con fina ironía le dijo: “Mi general, venga esa mano blanca”. Entonces, el jefe realista hizo el amago de entregar la espada, pero el Libertador agregó: “Quede ahí, que es donde menos me ofende”.