La colonia de la desidia británica

El malvinense Alejandro Betts relata, en una serie de fragmentos que serán publicados los días domingo, historias de la vida en la colonia. En el caso de hoy, recuerdos sobre la vida social en las islas.
Hola queridos lectores comprovincianos. Un placer estar nuevamente con ustedes.

En algún momento de esta serie de relatos sobre nuestras queridas -pero desconocidas- Islas Malvinas, di una introducción a lo que es la limitada vida social de la colonia, con la promesa de ampliar el abordaje del tema.

Los que viven en las zonas rurales utilizan para comunicarse, en forma constante, el equipo de radio. Las mujeres son las más adictas del aparato y lo usan ni bien tienen un rato libre. Como no hay gran privacidad de canales, cualquiera que tenga un equipo de comunicaciones prendido en la frecuencia se enterará de los últimos chismes.

Frecuentemente algo que suceda en una estancia mientras su dueño o los hombres estén trabajando en el campo, es conocido por todo el resto de la isla antes que el señor -o el afectado- llegue a su casa. En toda zona rural las conversaciones suelen girar sobre lo que sucede en las granjas, quintas o la actividad laboral.

-“Oye, Mary, hoy parió Daisy la vaca lechera. Tuvo una ternerita muy linda, pampa pintada con una estrella en la frente. Le puse “Estrella”. Cambio”. Y llega la contestación:

– “Cuánto me alegro, Mabel, y dime cómo está el resto de la familia. ¿Siguen bien, las gallinas están poniendo?

Es también el medio de comunicación por el cual muchos padres o familiares de recién nacidos de pobladores de las zonas rurales son anoticiados del alumbramiento de su hijo/hija, hermano/hermana, nieto/nieta, sobrino/sobrina: Operador, -“Llamando a Alejandro, ovejero arriero en la isla Trinidad, su mujer Candy dio la luz a una nena ayer a las 7 de la tarde. Dice que venga pronto al pueblo para conocerla. Te manda besos”. Al escuchar la noticia la señora del administrador del campo avisa a su marido, quien, a la vez informa y felicita al papá. En seguida todos los parientes entran en la frecuencia para saludar al progenitor y mandar algún mensaje a la mamá internada en el hospital del pueblo.

En fin, todo lo que es noticia es un buen justificativo para pasar unos minutos charlando por la radio, como lo hacen los pobladores del pueblo por teléfono.

Sobre la Gran Malvina de 4600 km cuadrados viven tan sólo 128 personas distribuidas en 40 propiedades: un promedio de 3 pobladores en cada una. La zona rural de 6300 km. cuadrados de Isla Soledad, está poblada por menos de 300 personas en 50 granjas/estancias. Sumado a ese aislamiento, la falta de mujeres ha sido uno de los castigos de las Islas desde las épocas de los primeros colonos franceses.

Este problema social conlleva derivaciones de todo tipo de los cuales podemos resumir con decir que las mujeres no duran mucho tiempo solteras y no aguantan mucho casadas. El pata de lana siempre está al acecho, pero muchos eluden el engorroso trámite del divorcio con la filosofía de que no hay por qué incendiar la casa sólo para hacer unas tostadas, tal vez me toca a mí cebar la próxima trampa. Si bien las casas de tolerancias organizadas como tales no están permitidas, la solución está en que se acepta la existencia de un número de señoritas muy simpáticas y dispuestas a hacer amistad con quien se les cruce a cambio de cierta cifra. Esto es visto más como un “servicio social” que como prostitución, se ejerce sin horarios y en donde los pesque la ocasión. Hay un cuento que habla de una de estas chicas “amistosas”, que al momento de iniciar su jornada de servicio social se encontró con una cola de quince clientes esperándola. El primero de ellos (hombre reconocido por sus dotes amatorias) decidió, una vez terminado su turno, ponerse al final de la cola para darse una segunda vuelta. Cuando por fin le tocó la nueva oportunidad, la chica lo reconoció, pero no precisamente por ser buen mozo, ofuscada, lo echó del cuarto gritándole con una voz que se escuchaba por todo el barrio; “¿Qué te has creído imbécil, que soy una puta?

Hubo también otra ocasión en la que una chica inglesa, secretaria del gerente general de la FIC, en verano nadaba en el frio mar malvinense, tirándose desde el muelle de la compañía. Lo notable de esto era que lo hacía en su traje de Eva, y a la vista de todos los trabajadores portuarios, llegando a crear un principio de revolución laboral. Los bocinazos de los tractores, los silbidos de los estibadores, los aullidos de otros y cuando no, un ocasional choque entre vehículos cuyos choferes no podían concentrarse en sus tareas, anunciaban que la sirena estaba haciendo elegantes clavados desde el muelle. Tanto barullo causaba la nena que pronto el gerente general de la Compañía rescindió sin más trámite su contrato y la mandó de vuelta a Inglaterra en la primera oportunidad.

¡Amigos; se nos acabó el espacio otra vez! En el próximo número, continuaré escribiendo sobre la vida social en las islas del Atlántico Sur.

Chau, bendiciones.

BETTS