Dedicarse a la investigación, el sinuoso camino de la ciencia

En el Día del Investigador Científico seis destacados investigadores recuerdan sus comienzos, motivaciones y anhelos en torno a su trabajo. Con inquietudes diferentes, sus caminos se unen en un bien mayor, generar una cura para diferentes tipos de cáncer.

BUENOS AIRES.- En honor a Bernardo Houssay se estableció el 10 de abril como el Día del Investigador Científico. De esta forma, no solamente se le rinde homenaje a quien sentó las bases de la investigación mediante la fundación del CONICET, sino también a las miles de personas que día a día dedican su vida para el afianzamiento de la ciencia argentina.

Si desarrollar una profesión con excelencia no es un camino simple, la investigación científica no escapa a este panorama. Presupuestos acotados, insumos importados, horas de dedicación que se cruzan con la docencia hacia los más jóvenes que están empezando sus caminos. Un gran esfuerzo que puede llevar a un callejón sin salida que obliga a reformular toda la hipótesis de trabajo. Algo así como volver al punto cero.

Pero también hay satisfacción. Cada nuevo avance, cada nueva comprobación de una hipótesis o de un pensamiento se transforma en un paso hacia adelante que acerca el objetivo final. El método y la constancia son vitales. Pero ni toda la aparatología moderna, los métodos más sofisticados y los mejores laboratorios son los responsables de encender la chispa, esa que lleva a un graduado universitario a dedicarse a la investigación. Vocación, curiosidad, herencia familiar, son algunos de los componentes que llevaron a estos seis investigadores a dedicar su vida al laboratorio.

El colegio como primer contacto

El Dr. José Mordoh, investigador del programa científico del CONICET y Fundación SALES, quien desarrolló una vacuna terapéutica contra el melanoma, ya a los 16 años comenzó a tener inquietud por los fenómenos biológicos, lo cual se cruzó con “un deseo de ayudar a la gente, y cierto nivel de romanticismo”, recuerda. Cuando comenzó a investigar el cáncer representaba un desafío médico, eran finales de los 80 y no había terapias efectivas. “El cáncer era en esa época, y sigue siendo en la actualidad, un desafío médico enorme y por eso me atrajo y me atrae”, señala.

Con un origen similar, la Dra. Marcela Barrio, integrante del equipo que logró la vacuna contra el melanoma, tuvo curiosidad por la biología y los organismos desde edad muy temprana. “Siempre estaba interesada en los bichos, abría lombrices y me fascinaba leer sobre ciencia. En quinto grado preparé una clase con láminas sobre las leyes de Mendel, sobre la herencia de los rasgos genéticos, y la maestra la llamó a mi mamá para decirle que ya vislumbraba mi vocación. En la secundaria me terminé de decidir por la biología gracias a buenas profesoras y una gran amiga que luego también se hizo científica”, rememora Barrio.

Dr. Gabriel Rabinovich, responsable del descubrimiento de la proteína Galectina-1.

Su interés por el cáncer comenzó por tratar de entender el porqué del comportamiento de esas células que se descontrolaban y producían la enfermedad. Barrio dice que “mientras estudiaba la carrera de Biología hice un curso en la Fundación Instituto Leloir (Fundación Campomar en ese entonces) y luego busqué ingresar ad honorem para empezar a investigar. Solamente había un lugar en un laboratorio que estudiaba el desarrollo de moscas de la fruta (Dr. Luis Quesada Allué), pero logré ubicarme ahí para trabajar en un aspecto bioquímico en células de cáncer de mama”. Al transcurrir solamente un año obtuvo una beca de la UBA y comenzó a trabajar con el Dr. Mordoh, posición que aún en estos días mantiene. Hoy no solamente trabaja en melanoma y el perfeccionamiento de la vacuna, sino que también desarrolla una investigación sobre cáncer de vejiga.

Si bien las profesoras de química y biología ya habían despertado el interés por esas materias en el Dr. Gabriel Rabinovich, fue al ingresar a la universidad cuando comienza a deslumbrarse con la inmunología. “No podía creer que existiera un sistema inmunológico que nos defiende contra absolutamente todo lo que ingresa a nuestro organismo, tanto microbios como tumores. El momento bisagra fue cuando en el último año de la facultad conocí a mi primer mentor, Carlos Landa”, recuerda. Durante ese período, cuando comenzó su trabajo en torno a las lectinas, el Dr. Rabinovich vio lo que hasta ese momento nadie había detectado. “No sabía si quería hacer ciencia o si iba a ser un bioquímico clínico, pero realmente eso fue un antes y un después, lo disfruté muchísimo, me parecía impresionante la posibilidad enorme que uno tenía con esta profesión de levantarse cada día y de poder sorprenderse con los nuevos resultados, con las nuevas hipótesis”. Ese hecho, que inclinó la balanza hacia la investigación, fue el descubrimiento de la proteína Galectina-1 que interfiere en el sistema inmunológico y permite que el tumor crezca y se expanda.

Era el año 1992 y ahí comenzaba, junto a sus mentores Carlos Landa y Clelia Riera, el camino que lo conduciría hasta el día de hoy para poder llegar a “diseñar las herramientas que tenemos actualmente como el anticuerpo monoclonal para inhibir Galectina que tiene efecto aumentando la respuesta inmune, disminuyendo la vascularización y disminuyendo las metástasis”.

Así, a medida que avanzaba su trabajo en torno a esta proteína,  el Dr. Rabinovich se fue abocando al estudio del cáncer y de enfermedades autoinmunes, dos patologías en las cuales Galectina-1 se comporta de forma diferente. “Me hizo dar cuenta que el sentido de mi vida pasaba por este lado, dar más oportunidades a pacientes con cáncer, especialmente para la fase en que muchas veces se ha dicho, no hay nada más que hacer, no hay otro tratamiento. Existen nuevas oportunidades para pacientes que padecen esta patología y estamos avanzando en ellas”, dice Rabinovich.

La ciencia ficción puede ser leída como una fantasía o bien como una posible realidad. Este fue el caso de la Dra. Ada Blidner, integrante del equipo del Dr. Gabriel Rabinovich; investigadora del programa científico de CONICET y Fundación SALES.

Blidner estaba en tercer año del secundario y su profesor de biología explicó el ADN y la producción de proteínas en las células. “En ese momento me pareció mucho para entender, pero quedé fascinada. Al poco tiempo mirando una película de ciencia ficción en la tele descubrí que existía algo llamado ´terapia génica´, que implicaba curar personas modificando la expresión de sus genes. Fue ahí cuando terminé de definir que quería dedicarme a investigar para encontrar nuevas terapias”, recuerda Blidner.

La pérdida de dos de sus abuelos, antes de que ella naciera, fue lo que la motivó a dedicarse a investigar el cáncer. “Eso marcó mi decisión de enfocar mi deseo de hacer ciencia en la investigación contra el cáncer”, cierra Blidner.

El legado

Sin lugar a dudas las charlas familiares son partícipes de la formación de los integrantes de ese núcleo. Van moldeando el pensamiento y hacen aparecer inquietudes. Tal es el caso de la Dra. Claudia Lanari, investigadora del programa científico del COINICET y Fundación SALES. “Estaba familiarizada con la investigación científica por un tema familiar, mi padre era médico investigador de CONICET y mi madre, que estudió biología de grande, hacía los cultivos de linfocitos para evaluar la compatibilidad de los donantes en los trasplantes renales”, recuerda. Este entorno fue moldeando la vocación de la Dra. Lanari, la cual ella identifica a partir de una palabra “fitohemaglutinina. Crecí escuchando esa palabra, entre otras, en la cena, con gran intriga de entender qué era”.

Su interés por el cáncer fue fortuito. Debía realizar un trabajo de investigación para lograr su graduación, esto motivó que le consultara a la Dra. Pasqualini, quien se convertiría en su mentora y referente, que le recomendara algún laboratorio. “Sin vacilar me dijo que tenía un lugar en su laboratorio en la Academia Nacional de Medicina. Me encantó lo que hacíamos y decidí seguir allí para realizar la tesis doctoral”, recuerda Lanari.

A veces esa vocación no viene de los padres, sino de los abuelos. Tal es el caso de la Dra. Caroline Lamb, integrante del equipo de la Dra. Lanari. Hoy, en retrospectiva al pensar en su adolescencia se define como “curiosa o incluso ´nerd´, disfrutaba leyendo revistas de ciencia como la ya desaparecida Muy Interesante en la que explicaban el funcionamiento de diversos procesos biológicos y de otras ciencias duras”. Si bien su profesora de biología fue la encargada de aumentar su interés en esta materia que complementaba con temas médicos, posteriormente Lamb conoció el origen de su vocación. “Supe que mi abuela materna había estudiado biología en La Sorbona, París, siendo de las primeras mujeres argentinas en estudiar dicha carrera”.

Su interés por el cáncer vino a partir de que una amiga le preguntó si estaba trabajando dado que ella iba a dejar su puesto en el laboratorio. Fue así como la Dra. Lamb comenzó a desarrollar su carrera de investigadora junto a la Dra. Lanari quien “me abrió las puertas de su laboratorio, y me enseñó generosamente todo lo relacionado al cáncer de mama”, señala Lamb.

El final del camino

Si comenzaron de forma diferente, estas seis historias se aúnan en el mismo anhelo, llegar a una terapia para ayudar a las personas que tienen cáncer.

Algunos de los anhelos ya fueron cumplidos, tal como señala el Dr. Rabinovich, y se relacionan con la formación de nuevos científicos y “aportar al conocimiento. Me gustaría aportar más, ayudar a dilucidar todos los enigmas que aún quedan por resolver sobre este grupo de proteínas con las cuales trabajamos, que son tan importantes en el crecimiento de tumores”.

Pero también tienen un objetivo de contribución a la Nación. Por ejemplo, la Dra. Lamb señala “contribuir con mi granito de arena al conocimiento científico desde la ciencia básica, que es la que sienta las bases para futuros desarrollos con un traslado más inmediato a la sociedad y, de esta manera, retribuir a nuestra patria y a la sociedad argentina, aunque sea una parte de lo que ha invertido en mi formación”.

En esa línea, la Dra. Barrio aspira a que “la ciencia de Argentina siga siendo de excelencia y que los profesionales egresados de las universidades argentinas puedan encontrar en el país las condiciones para desarrollar sus investigaciones y puedan contribuir a generar conocimiento que resulte en mejorar la vida de la gente”.

Convicción, método, objetivos claros y un aporte a la sociedad son los pilares que sostienen a estos seis investigadores del CONICET y Fundación SALES para todos los días emprender su trabajo por el bien común. Un camino que no es fácil pero sí posible gracias al aporte de más de 150.000 donantes individuales que colaboran con sus investigaciones.

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