En pleno centro de Río Grande, a principios de los 60. La casa de Doña Pata y como baluarte comercial la Peluquería Royal. El otro cartel corresponde a La Competidora, frutería y verdulería de Lodeiro. Hay un perro frente a la peluquería, tal vez esperando al dueño. Un poco más allá un barril en la línea municipal. El pueblo ya tiene luz eléctrica. De la serie: Lo que el tiempo se llevó.

Emillia Bonifetti en dos planos de su vida: en uno, de pequeña, ecuestre con su padre “El Bocha”; en otro, actual y teatral, con elocuencia.

Luego de la nevada el pequeño Martín Perez salió a construir su muñeco de nieve, al que hubo que abrigar convenientemente.

Comenzó a existir como “barrio privado” allá por 1986. Parecía mentira, gente que apostaba de esta manera comprando la tierra en años en los que las ocupaciones pasaban a ser una continua realidad. Y no fue tarea fácil. Lo muestra el estado de sus calles, cuando comenzó el formal ocupamiento.

Era un rompehielos cruzando la cordillera. Y lo hacían a fuerza de caballos y ganas de trabajar. Francisco Cabezas y Emilio Fernández, aprendiendo lo que significa ser fueguino. Haciendo escuela de la vida.

Algunas plumas a tener en cuenta a la hora de escribir una historia más que centenaria para Río Grande: Alejandro Maverof y Sara Sutherland de Menéndez.

Encuentro de mujeres en torno a la familia Pacheco: Marta Fernández de Pacheco, Doris Chiocca, Rosa Pacheco, Zulema Torres y Carmen Ibarra. Al medio: Adela Pacheco, Mary Chiocca, Carmen -China- Draguísevic. Abajo: Marta Arancibia, Ramona Ibarra, Aída Pacheco y Zulema Ibarra. Promediando la década del 50.

Viajero y fotógrafo, el Padre Alberto de Agostini reflejó en sus libros el quehacer inquietante de los hombres de mar en tiempos de la navegación a vela: En la proa de la Goleta Antártica, en el libro Mis viajes por Tierra del Fuego.

Lucho Barría, en dos momentos de su vida: primero: cuando se iniciaba como DJ, y después: sonorizando el Festival del Lago, en El Calafate.