Ramón y Orita

En Punta María…

Por América González.- Mi padre, Ramón González, había nacido el 20 de diciembre de 1921 en la isla de Quehui, un lugar precioso, con mucho verde y gente muy atenta y acogedora. La Isla se encuentra más o menos a dos horas en lancha desde el puerto de la ciudad de Castro, Chiloé.

Él viajó por primera vez a Río Grande cuando tenía 15 años (en 1936), lo hizo en barco desde Castro. En principio trabajó como peón rural, según lo que recuerdo, estuvo en la estancia “Primera Argentina” y en “Despedida”.

Mi padre, como tantos otros en esa época, buscaba un mejor futuro, ya que en su lugar de origen no tenían oportunidades de conseguir trabajo remunerado y aquí sí existía esa posibilidad en los distintos establecimientos rurales que tenían mucha actividad en esa época. Trabajó también en la zafra del frigorífico CAP en varias temporadas.

Aproximadamente, en el año 1946, empezó a trabajar en Punta María para don Agustín Vidal (abuelo), después para Agustín Vidal (padre), al principio en tareas generales y después atendiendo el negocio de Ramos Generales que funcionaba en ese lugar. Desde ahí se abastecía a muchas de las estancias que se encuentran al sur de Río Grande.

Transcurría el año 1963, Orita, Susana, Mary y Ramón.

Punta María fue un lugar con gran relevancia para toda la actividad comercial de la zona rural en el sur de Río Grande durante varias décadas. Además del negocio, había un surtidor de combustible y más adelante se agregó un depósito de madera elaborada en el aserradero “Agustín María”.

Ramón trabajó en Punta María durante 35 años, hasta su cierre definitivo en 1981. Por ello, fue muy reconocido por todo el que pasara por la Ruta Nº 3, dirigiéndose hacia el norte o hacia el sur, además de todos los clientes habituales de las distintas estancias de la zona sur. Para muchos era “Ramón de Punta María” y no sabían su apellido.

Además de su labor formal, le gustaba mucho trabajar la madera, mientras vivíamos en Punta María y en sus ratos libres construyó varios botes de remo, que se utilizaban para pescar en el mar, con la ayuda de una red -que él también tejía-, se pescaban fundamentalmente pejerreyes y róbalos que consumían todas las familias que residían allí.

También hacía los trineos en madera para todos los chicos (éramos 8 en total), que eran usados durante el invierno. El modelo de su trineo era distinto al que usaban los chicos en el pueblo, él le agregaba algunos detalles en madera terciada, había que usarlo sentado como indio, eran más cómodos pero más pesados, por lo que no eran tan rápidos.

También era fanático de Vélez Sarsfield, los domingos escuchaba los partidos por radio, y, posteriormente, los veía por la televisión junto con su nieto Álvaro.

Los felices abuelos Orita y Ramón con los nietos mayores Mariana y Luisito Arralde.

Por otro lado, mi madre, Orita Álvarez, había nacido en 1937 cerca de la ciudad de Castro, desde donde viajó en el año 1955 a la provincia. Según lo que ella contaba, su tía Irma -que regenteaba el Hotel de Punta María- en un viaje a Castro para visitar a su familia, la convenció a su hermana -mi abuela América- para que la dejara viajar. Acordando que la acompañara -ya que no tenía hijos- y podía ayudarla en distintas tareas del hotel.

Así fue como ellas viajaron en avión hasta la ciudad de Balmaceda, cerca de Coyhaique, al sur de Chile, después se trasladaron en barco.

En Punta María conoció a mi padre, Ramón, al poco tiempo se casaron, el 25 de abril de 1956 -hace 64 años- en la ciudad de Río Grande.

Del vínculo advinieron cuatro hijos: el primero -en 1958- mi hermano Raúl, quien falleció en el parto. Después nace Susana, en 1960 -que trabaja desde hace casi 40 años en la Farmacia Del Pueblo-, posteriormente María Teresa (Mary) en 1962, que lleva adelante un negocio con su esposo y en 1964 nací yo, América, la menor de la familia, que actualmente me desempeño como docente universitaria.

Orita -o Lolita como le decían los más cercanos- se dedicó a la crianza de sus tres hijas, ocupándose de todas las tareas de la casa. Lo que más recuerdo es que le encantaba mirar películas, siempre nos contaba que de joven se escapaba de su casa para ir al cine, en la calle Blanco, en la ciudad de Castro y podía observarse en su mirada vibrante que disfrutaba mucho de tan sólo recordarlo.

No le gustaba mucho cocinar, pero, le salía muy rico el pan y los bizcochuelos -los recuerdo dulces y esponjosos-, tenía que batir a mano durante mucho tiempo, pero valía la pena el esfuerzo.

En los años 60 se hicieron una casa -en la calle Moyano- la que recién habitamos cuando Susy comenzó a concurrir al Colegio Don Bosco ingresando al nivel secundario en el año 1974; nos trasladamos con mi mamá a vivir a Río Grande de lunes a viernes, los fines de semana volvíamos a Punta María compartiendo con mi padre. Esto fue así hasta 1981, año en el que nos trasladamos definitivamente a la ciudad. Ya viviendo en Río Grande, Ramón comienza a trabajar en FAPESA hasta el momento de su jubilación en 1988. En cuanto a su legado, mi padre era un hombre honesto, trabajador y muy leal; para él esos valores eran irrenunciables, nos transmitió su forma de encarar la vida, definiendo claramente lo que estaba bien y lo que estaba mal para él; la importancia de ser responsables, quizás de una forma un poco exagerada o muy estricta en relación a los tiempos de ahora.

Por otra parte, mi madre nos enseñó lo valioso de tener independencia económica -quizás porque ella nunca la tuvo-, de disponer libremente de nuestras decisiones, de no ser tan exigentes, de no tener prejuicios y de disfrutar de los momentos en familia.

Para ambos, nosotras éramos lo más importante, su prioridad, después también lo fueron sus nietos. Tuvieron 5 nietos: Mariana, Luisito y Álvaro Arralde; Sofía y Lola Imboden. En la actualidad nuestra familia se completa con mi cuñado Luis Arralde y mi esposo Pablo Imboden.

Orita falleció muy joven -en el año 1995- a los 57 años; mientras que Ramón falleció el 4 de julio de 2003 a los 79 años.

Ellos amaban esta tierra, jamás se quejaron de este lugar -ni del frío, ni del viento-, eligieron vivir y construir una familia en tierras fueguinas.

Ojalá estos pequeños relatos sirvan como un homenaje muy merecido para cada uno de los que llegaron, como mis padres, en esa época a esta tierra y que pusieron su granito de arena para que Río Grande sea este lugar tan único y tan especial para nosotros.

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